Opinión

La concentración de poder puede usarse para bien o para mal; y aunque no se justifica en una democracia, es de esperar que la actual se use para bien.

Como nuestros dirigentes políticos han sido tan negligentes en evitarla hasta parecer coludidos, ¿qué nos queda? Pero es que hay signos esperanzadores.

Ojalá que errores y autoritarismos no se repitan. Del partido que uno sea, no pueden negarse los comienzos organizados de la administración Hernández.

Inconformes por naturaleza, mejor así seguimos, puede resultar sospechoso que la mayoría de la toma de decisiones esté bien hecha y no signifiquen amenazas en la conducción del Estado, pero tiene que animarnos.

Podría casi olvidarse errores anteriores si se percibe y se comprueba que todo está encaminado a crear condiciones para elevar el nivel educativo y laboral. Si se reduce la inequidad.

Hay otras señales que para una naif como somos la mayoría del pueblo hondureño resultan tranquilizadores: el segundo juramento presidencial sobre la Biblia. Cuesta creer que pueda incumplirse.

Resignados a la ausencia de planificación, sorprende que en sus comienzos un gobierno muestre claridad de objetivos y de estrategias para alcanzarlos.

Dinámico, ordenado, creativo e innovador, el liderazgo en el poder, de no caer en corrupción ni excesos, puede perpetuarse legalmente.

Si los liberales seguimos como estamos. No es para descorazonarse. Eso sí, debemos entender: el Partido Liberal existe para buscar el poder que transforme Honduras.

No somos club social, ni grupo de oración, ni organización filantrópica, menos sociedad anónima de un par de dirigentes. Este gobierno del Partido Nacional plantea gran desafío al Partido Liberal: que se organice y forme liderazgo.

Quizás el estilo gerencial del presidente Hernández sea la espuela que necesitamos los liberales.

Más allá de la retórica, debemos hacer la reingeniería que nos vuelva eficaces en articular consensos y acercar nuestro país al desarrollo. Por Honduras, siempre por Honduras.

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