Cuando ya ha transcurrido más de la mitad de su mandato, ni siquiera el propio presidente Porfirio Lobo está satisfecho con su equipo de colaboradores. De hecho, ya ha realizado muchos cambios y los buenos resultados obtenidos son poquísimos.
En parte, esta falta de cohesión es un fruto indeseado del afán de Lobo de contar con un gabinete que hiciera del suyo el gobierno de la unidad nacional, integrado por personas de diversos signos ideológicos y pertenecientes a distintos partidos políticos, gremios, instituciones u organizaciones.
Pero el problema no está por completo allí, pues son precisamente las actuaciones de dos ministros ajenos a su partido conservador -el del INA y el de Educación- las que más ha defendido el presidente Lobo. Y también han sido sus correligionarios nacionalistas la mayoría de los destituidos hasta ahora.
El descontento, también de la gente, con el equipo del Presidente continúa profundizándose, principalmente por la falta de acciones concretas:
Casi mes y medio de huelga en el hospital Escuela, nada concreto contra la inseguridad, la corrupción y la impunidad; lentitud en la ejecución de la depuración de la Policía Nacional, los incrementos en las tarifas de los servicios públicos, la creciente crisis en las empresas estatales, etc.
Por supuesto, también hay malas decisiones del gobierno que han causado más daños que beneficios, como haberle abierto las puertas a la devaluación del lempira que por muchos años se mantuvo estable con respecto al dólar.
Por si todo esto fuera poco, la campaña para las próximas elecciones al interior del Partido Nacional no se está basando en la idoneidad de los precandidatos, sino en el aprovechamiento de los recursos públicos por parte del titular del Congreso Nacional y las críticas al Ejecutivo por permitírselo y hasta por “perseguir” a los aspirantes de la oposición interna.
El presidente Lobo sigue exhibiendo públicamente su frustración con sus colaboradores, amenazándoles y hasta regañándoles; pero no está obteniendo los resultados que desea. Ni siquiera ha podido lograr que tomen en serio las reuniones del Consejo de Ministros por lo que -como si fueran niños de escuela- debe llamarles la atención constantemente.