Editorial

Villa Navideña en la capital

La Navidad es para muchos la temporada más bonita del año. Para los comerciantes es una de las épocas con mayores ventas, para los trabajadores es la llegada del ansiado aguinaldo, para los niños significa estrenos y regalos, y para los cristianos es la celebración del nacimiento de Cristo, el Salvador. Esta semana, el alcalde de la capital, Nasry Asfura, inauguró por tercer año consecutivo la Villa Navideña en el bulevar Juan Pablo II, un espacio para que los capitalinos acudan en familia a disfrutar de la evocadora creación, que incluye la venta de comidas típicas que ofrecen microempresarios que tienen ahí una oportunidad para su sustento.

La temporada marca también el cierre de un año en el que hay que destacar la gestión del alcalde, que ha venido a darle un nuevo rostro a la ciudad sin necesidad de contraer deudas, como era práctica habitual de los ediles anteriores. Para sus habitantes, conscientes del peso de la política sobre la capital, con todos sus males y resabios, es refrescante ser testigos de los cambios que no se pueden negar ni con los ojos cerrados y que son ejemplo de que aquí alguien está haciendo su trabajo.

Esa debería ser la norma, no la excepción, en nuestros funcionarios públicos que, teniendo la oportunidad y los recursos, a veces limitados, pero bien que se los roban, no dejan su huella como los mejores, sino a cual peores.

Diciembre entraña también reflexiones a nivel personal sobre los once meses transcurridos que, bien o mal, dejaron nuevas experiencias y lecciones que deberían servir para tomar mejores decisiones. Para el caso, el uso que el padre de familia dará a su décimo tercer mes de salario, si para el consumismo intrascendente que solo fomenta la gula o la acumulación de cosas, o para reducir las deudas que le recortan sus quincenas, o ahorrar para los inevitables gastos escolares de enero y empezar así con tranquilidad el año nuevo.

No se puede hacer en un mes lo que no se hizo en todos los anteriores, como lo habrán comprobado ya los estudiantes que van al TPA o a “la escuelita”. Pero nunca es tarde para enmendar la ruta, para empezar a ser más responsables y conscientes, más genuinos y humanos.