Editorial

'Vengo aguantando hambre”

Vengo aguantando hambre del camino (...). Lo más difícil fue aguantar hambre, no bebo agua, no dormí nada”, es parte del desgarrador testimonio de un niño hondureño de ocho años llamado Anderson a un canal de televisión estadounidense, minutos después de cruzar el río Grande y pisar la tierra del “sueño americano”.

El pequeño Anderson llegó a Estados Unidos acompañado de su padre, quien dijo iban huyendo del ataque de las pandillas que les arrebataron su casa y bienes, tras la muerte de su esposa e hija de seis meses.

El caso de Anderson es tan solo uno de los que protagonizan miles de hondureños y centroamericanos más, que todos los días, sin importar los riesgos que representa la ruta migratoria, dejan sus hogares, sus familias y su patria para huir de la violencia y la pobreza, e ir en busca de las oportunidades de una vida digna a tierras lejanas.

Y aunque generalmente miles de estas personas pasan desapercibidas, periódicamente toman importancia en las agendas de discusiones del tema migratorio y sus consecuencias entre los altos funcionarios de los gobiernos centroamericanos y de los Estados Unidos.

Ellos —incluida la vicepresidenta de los Estados Unidos, que recientemente visitó la región para hablar del tema con el presidente guatemalteco— han esbozado ambiciosos programas para atacar las causas que propician la migración ilegal en los países del Triángulo Norte (Guatemala, El Salvador y Honduras), pero los avances por ahora son pocos.

Y es claro que mientras esos planes no se pongan en marcha, la migración ilegal continuará siendo la opción de miles de personas que se levantan todos los días a librar una lucha contra el hambre; y seguiremos siendo testigos de testimonios desgarradores como el del pequeño Anderson, que logró alcanzar la frontera sur de los Estados Unidos con vida. Muchos más, desgraciadamente, han perdido la vida en el intento.