Conmueve la tragedia del pueblo mexicano. Duele como si fuera nuestra. Las fronteras que nos separan no son barreras que nos impiden compartir su angustia, su dolor, su llanto por las víctimas y la devastación generada por el intenso terremoto.
El movimiento telúrico de 7.1 grados en la escala de Richter, que azotó el corazón de México hace 48 horas, ya deja más de 230 muertos, entre ellos tristemente 32 niños de una escuela, y la desaparición de otros 30 más.
Las imágenes de la catástrofe nos dejan estupefactos, impotentes y compungidos por un lado; pero, por otro, llenos de admiración al ver la unidad de un pueblo frente a la adversidad, por el heroísmo de esos hombres y mujeres que con todas sus fuerzas buscan a los suyos entre los escombros.
Si bien la tragedia viene acompañada de dolor y lágrimas, también nos viene a mostrar esa condición del ser humano que muy pocas veces es visible: la solidaridad con los que sufren.
México, nación de gente valiente, trabajadora y buena, este año ha soportado no solo el azote brutal del narcotráfico, sino también el golpe de seis tormentas y huracanes, así como de dos mortales sismos, fenómenos que han dejado destrucción y muerte.
El 7 de septiembre recién pasado, una sacudida de 8.1 grados golpeó la costa sur de México matando a 90 personas y causando enormes daños en edificios y viviendas.
Y cuando rendían homenaje a las aproximadamente 10,000 personas fallecidas en el terremoto del 19 de septiembre de 1985, es estremecido nuevamente por otro temblor de gran magnitud. Estos mortales eventos se presentan como si la naturaleza no quisiera que cicatricen las viejas y las más recientes heridas.
Hoy México llora y el mundo está con ellos. Que ese dolor causado por la crueldad del narcotráfico, por los vituperios y amenazas de su vecino del norte, por las tormentas, por los huracanes y por los exabrupto del suelo, encuentre un ligero consuelo en la solidaridad de los hondureños, que anhelan e imploran al Creador para que los mexicanos se levanten de esta desgracia, que vuelvan a sonreír y que todos riamos con ellos.