Editorial

Protestas populares en Cuba

Una combinación de coyunturas: deterioro socio-político, económico (creciente escasez de productos de primera necesidad), sanitario (deterioro en los servicios de salud y escasez de medicamentos, vacunación tardía e insuficiente para tratar el covid-19), agravadas tras el colapso de la Unión Soviética en 1991 y el fin de los subsidios otorgados por Moscú, finalmente han motivado al pueblo a manifestarse en contra de un modelo autoritario, personalista, desfasado, que lleva más de seis décadas en el poder siendo incapaz de asegurar mejores niveles de vida a la población, que prosigue abandonando su patria en éxodo imparable, como vía de escape.

Cuando un sistema político apela únicamente a la represión, descartando la negociación, significa que ha llegado a un estado de agotamiento terminal.

El gobierno cubano no debe olvidar que la Constitución Política vigente, en su artículo 3º, declara que la soberanía reside en el pueblo, “del cual emana todo el poder del Estado”.

La incompetencia oficial, los años de racionamiento, la reducción en los envíos de petróleo venezolano agravan aún más un panorama por demás crítico e incierto.

El régimen achaca todos estos males al embargo comercial implementado por Washington a partir de 1962. Ciertamente este intento de estrangulamiento económico ha impactado en la economía insular, pero ello no explica en su totalidad el prolongado estancamiento de la Perla de las Antillas.

Solamente un diálogo permanente, honesto, transparente, un sistema político pluripartidista, la liberación de los presos políticos, el cese de la represión, la libertad de reunión y opinión tienen posibilidades de alcanzar consensos compartidos entre gobernantes y gobernados. Caso contrario, el profundo descontento y malestar popular, acumulados durante décadas, se profundizarán hasta alcanzar situaciones límite.