Opinión

Dos Venezuelas, dos victorias

El triunfo electoral de Chávez es claro e inobjetable. Con ocho millones de votos, ganó en Caracas y en 22 de los 23 estados de Venezuela. Sin fraude ni represión, limitado por el cáncer, venció a una oposición unida y vigorosa, en una campaña implacable.

Superó las antipatías de EUA, la crítica de la prensa internacional y su propio estado de salud, que a otros habría deprimido.
Chávez es un líder genuino de sus votantes, cuya lealtad política se mezcla con esperanza y cariño.

Un triunfo electoral como ese legitima cualquier gobierno, cualquier proyecto, cualquier liderazgo, en cualquier parte.
Pero no en un país en revolución. No se hace una revolución, ni en democracia ni en violencia, con la mitad de la población.

El 20% de abstención, bajo para nuestra experiencia, es demasiado alto en una elección donde la plataforma opositora era anular la revolución.

Porque la abstención es indiferencia o protesta, y si se suma a los votos de la oposición, no como votos perdidos, sino como actitud contraria o indiferente al gobierno, resulta que más de la mitad de los venezolanos se opone a Chávez, o no cree en lo que hace.

Que el ganador no puede hablar en nombre de abrumadora mayoría es además confirmado porque en seis capitales de estado la oposición ganó con votaciones desde 51% hasta 64%.

Más revelador, los resultados de Caracas -sede del gobierno, cuartel general del partido ganador- confirman el patrón nacional: 54% Chávez, 45% Capriles.

El triunfo resulta así focalizado en los grupos de apoyo directo a Chávez, que a su vez reciben la atención social focalizada del gobierno.

Después de 13 años de revolución, en la que el gasto social es financiado por una economía petrolera -ahí el problema no es falta de dinero- el progreso de Venezuela no es proporcional al gasto público ni al tamaño de los ingresos petroleros.

Era esperable que, con precios de hasta 100 dólares por barril de petróleo -10 dólares en 1998, cuando Chávez asumió el poder- el país ya no dependería de un solo producto de exportación.

Otras carencias son inexplicables. Infraestructura deteriorada desde hace años, crisis energética que provoca apagones continuos, inseguridad ciudadana (19,000 muertes violentas en 2011).

El gasto público, que en 2009 representó un tercio del PIB, no parece aliviar tales problemas.

En consecuencia, la inflación saltó de 13.4% en 2000, a 29% en 2011; la deuda pública era 20% del PIB en 2010, y la deuda externa ha llegado a 34% del PIB.

Venezuela queda atrapada entre un líder amado y seguido por la mitad de la ciudadanía, una oposición de 6.5 millones de ciudadanos que se resisten a seguir el camino del líder y la indiferencia y rechazo del resto de los ciudadanos.

Porque si hubiera ganado Capriles, con números invertidos, la situación sería similar: una nación divida entre mitades que se hostigan en la búsqueda de objetivos similares.

Triunfa la revolución bolivariana, pero confirma que su causa no es compartida por la mitad de la población.

Pierde la oposición, pero adquiere la unidad, la disciplina y el liderazgo que le faltaban. Chávez podrá rectificar o continuar su actitud excluyente y belicosa, y hasta radicalizar sus políticas.

En cualquiera de los casos, la oposición será necesaria y decisiva. Radicar su fuerza en su unidad, haber probado a su líder en el combate cívico, ese es el triunfo que ha obtenido la oposición venezolana.

Chávez actúa como un caudillo populista de la primera mitad del siglo XX latinoamericano. Firme, comprometido, autoritario, querido por sus bases, se enamoró del socialismo cubano y ha tratado de copiarlo.

Pero Cuba, como China, ya viene de regreso y busca rutas para conjugar sus objetivos ideológicos con el mundo y las juventudes de Internet, del genoma, de la ciencia y la tecnología, que lo han alejado años luz de las viejas ideas de la izquierda y de la derecha.

Desde el domingo pasado, la lucha de los venezolanos deberá ser por su reunificación.
Chávez tiene la oportunidad de guiar esa lucha y ganar una batalla mayor aún.

Podría comenzar cumpliendo las promesas de concordia e inclusión que hizo en la noche de su gran victoria.