Hasta la segunda mitad del siglo pasado, la economía nacional dependía en extremo de un solo producto: el banano, cultivado por las empresas estadounidenses en sus plantaciones costeñas.
A partir de la Administración Gálvez se inició una necesaria diversificación agropecuaria: caña de azúcar, algodón, café, carne congelada, otorgando préstamos y asistencia técnica al empresariado local para respaldar su incursión en nuevos rubros.
Ese inicial impulso contó, así fuera intermitentemente, con el respaldo de sucesivos gobiernos. Es así que hoy el sector exportador hondureño ha logrado consolidarse y expandirse, en búsqueda de nuevos socios comerciales, además del principal que sigue siendo los Estados Unidos, tanto en Europa como en Asia, además de Centroamérica.
Las declaraciones del viceministro de Comercio Exterior, Melvin Redondo, confirman este aserto: “Somos el socio número 47 de Estados Unidos a nivel mundial”, entre más de doscientas naciones que sostienen actividad comercial con el principal mercado consumidor del planeta, detallando algunos de los productos actualmente exportados: calcetines, camisetas, arneses eléctricos, palos de escoba, en el rubro industrial, en tanto que en el agrícola: melón, pimienta, chiles, legumbres, cítricos, yuca, berenjena, entre otros; camarón, langosta, tilapia, productos lácteos.
No debe pasarse por alto la necesidad de implementar salvaguardas para la protección de la salud poblacional y la conservación del medio ambiente, así como la permanente mejora y mantenimiento de la infraestructura.
Paralelamente, la capacitación continua de la mano de obra así como la mejora en sus salarios deben ir a la par.
De esta manera, podemos enfrentar el porvenir con optimismo justificado, concluyendo que en Honduras sí se puede, aun en tiempos inciertos por la recesión económica global, siempre y cuando se dé una relación de recíproco beneficio entre los productores, los consumidores y el Estado.