El politólogo y comunicador Edgardo Rodríguez ha publicado el artículo intitulado “Lucha por la Alcaldía” (El Heraldo, 18 febrero 2012, p. 36), en el que analiza un factor cada vez más de peso en los procesos electorales, sean estos municipales y/o presidenciales: la suficiente disponibilidad de recursos económicos que facilite la victoria en los comicios.
Esa es una tendencia a nivel mundial, tanto en las naciones desarrolladas como en las marginales: las aportaciones de personas, corporaciones y grupos de poder a favor de un determinado candidato a un puesto de elección pública mediante la inyección de sumas considerables ora en publicidad, ora en construcción de redes de apoyo, ora en desplazamientos.
Las elecciones internas de los partidos políticos hondureños a lo largo de este
año no es una excepción: también en ellas se busca inclinar la opinión del electorado hacia determinado candidato (a), presentado como una mercancía más, un objeto de consumo, antes que un ser humano con virtudes y defectos. Así, se sobredimensiona la imagen real o construida artificialmente antes que los programas, contenidos, visiones y estrategias del aspirante a efecto de aportar soluciones creíbles y factibles para solucionar problemáticas concretas que aquejan a la comunidad, local y/o nacional.
La Organización de Estados Americanos ha elaborado un análisis que debe constituirse en lectura obligatoria para la sociedad civil, políticos y empresarios. Se intitula Política, dinero y poder: un dilema para las democracias de las Américas. México, 2011.
Algunas de las preguntas-eje que respaldan su contenido son estas: “¿Qué repercute más en la política, las demandas ciudadanas o el dinero? ¿La existencia de regulaciones sobre el financiamiento, tiene impacto efectivo? ¿Cómo funciona una democracia sin pluralismo de medios? ¿Cuál es el impacto del dinero de la delincuencia? ¿Toda la influencia viene desde fuera del Estado? ¿Las mujeres también sufren discriminación en el financiamiento político?
Algunas de las afirmaciones incluidas: Dinero y política, financiamiento de partidos, de campañas, de propaganda, son todas cuestiones unidas no al dinero en abstracto, sino a los intereses que representa el dinero.
Se analiza en dos planos la influencia más notoria del dinero en los torneos cívicos: La pérdida de las condiciones igualitarias de competencia; la distorsión de la agenda política a partir de la cual se gestan las opciones electorales; la limitación de las opciones donde hay temas que quedan fuera de la elección ciudadana; la desigual oportunidad de difusión de la imagen y el mensaje del candidato ha llevado a que los medios de difusión jueguen un papel decisivo en la elección: el dinero es lo que otorga la posibilidad de acceso a esos medios, y, consecuentemente, a la opinión pública. Los medios de comunicación son decisivos, pero el dinero aumenta su influencia.
Se observa que las campañas tienden a vaciarse de contenidos programáticos: la propaganda reemplaza la propuesta y el dinero otorga la capacidad para hacer propaganda, produciendo un círculo negativo que deteriora la calidad de la opción electoral. El candidato es tratado como un objeto de publicidad y no como el portador de opciones para la sociedad. La propaganda reemplaza al debate y al programa. El dinero compra votos y favores, y con ello aumenta el carácter clientelar de una elección.
Un segundo plano comprende el impacto del dinero en el ejercicio de gobierno: el vuelco de las decisiones del Estado hacia quienes tienen más recursos y capacidades para influir. La capacidad de lobby, que logra, frecuentemente, llevar ciertas políticas a favorecer intereses de sectores económicos concentrados. Esto es más marcado en aquellas sociedades donde el Estado es débil, ineficaz y con instituciones poco modernas.
Esta influencia sobre la política pública genera, por lo menos, tres consecuencias: el vuelco de las decisiones del Estado hacia quienes tienen más recursos y capacidad para influir; se dejan de aplicar políticas necesarias para el interés general; se aleja la acción del gobierno de las expectativas del electorado que lo eligió; se genera una poderosa fuente de corrupción.
La concentración del dinero produce concentración de poder. No se trata del dinero en abstracto, sino de los intereses que representa el dinero. Esos intereses pueden, y a menudo logran pesar más que la expresión de la voluntad popular.
Al concluir la lectura de este valioso documento, uno se pregunta si, desde Estados Unidos a Chile, pasando por Honduras, las democracias representativas se están convirtiendo en plutocracias, o, peor aún, en narcodemocracias.