Columnistas

Cada vez que se vuelve a leer la Ley de las ZEDE parece más inaudita la intencionalidad real que las sustenta o busca hacerlo, y la indignación se acrecienta. Por más que se insista en encontrarle algo provechoso para el país, no se halla. El entreguismo es inconcebible. Ni menos, ni mucho menos. Nada que ver con ideologías o sectarismos. Ni siquiera partidarismos. Es imposible que no existan amplios sectores del partido gobernante, promotor de semejante desatino, también en contra, como la mayoría. Socios, inclusive, de unas ZEDE ya creadas, no es posible que estén de acuerdo con tanta arbitrariedad en el manejo estatal al interior de dichos entes. Es de darles el beneficio de la duda. Fueron sorprendidos. Es que cuesta imaginar que existan compatriotas para quienes la soberanía es una mercancía más, y que sin ambages lo demuestren. Por lucro, simple avaricia. No puede ser tan sencillo. No es solo de sumar y restar monedas. ¿A qué se atienen? ¿A la inconsciencia que otorga el poder desmedido, sin controles? ¿El que se niegan a usar para servir a las mayorías? ¿En beneficio del pueblo? Lo de crear empleos es un eufemismo más, solo palabras que sustituyen y con las que buscan ocultar sus verdaderas intenciones. Simplemente no se justifica la tal ley, ni siquiera que pudiera llegar a ser utilitaria. Hay tantas vías para crear fuentes de trabajo y tantas más para, al menos, no disuadir la inversión que las cree, como podrían ser el combate a la corrupción y su disminución o el otorgar la atención correspondiente a las tareas insoslayables gubernamentales: las de brindar salud, educación, justicia y seguridad. Ciudadana y jurídica. Parecen ir quedando más evidentes los innegables propósitos: las ZEDE se convertirían en santuarios para criminales. A qué degradación ha llegado parte de la dirigencia política. Ojalá estemos equivocados. Pero si no es aquella la intención, entonces será asunto de tiempo y de trámite, para que sea derogada esa ley. ¡No cedes ante las ZEDE!