Hay una estructuración social de la que se habla muy poco, esa en la que unos individuos se entrometen en la vida de otra persona.
Hay varias maneras de hacerlo, propongo aquí una tipología. La primera de ellas es la habladuría, a lo largo de mi vida me he dado cuenta de que se haga o se deje de hacer, se haga azul o se haga blanco, se haga con recursos propios o prestados, y así ad infinitum siempre habrá alguien que critique, que considere la acción criticada como tonta, que considere que existía un camino más exitoso que el que uno ha emprendido. En general, estas personas solamente están viendo lo que quedó dentro de la fotografía sin considerar el paisaje.
En una segunda categoría se encuentran las personas que no se conforman con la información que tienen de los demás. Su principal necesidad es completar las historias que llegaron a sus incansables oídos e inquietas cabezas. Tienen dos opciones: averiguan si les es posible y si no lo inventan, producto, a veces, de afiebradas e incompletas conjeturas. En ocasiones es una mezcla de ambas cosas a partes iguales. No importa.
La tercera categoría es intervencionista. No solo critica e inventa, también se acerca a su víctima para hacer plática y de manera “casual” sacar los temas que le interesan, para luego decirle al afectado qué es lo que debe hacer con su vida, usualmente con argumentos poco sostenibles. Los comentarios son casi siempre producto de una moralina que huele cuando menos a rancio.
Por cierto, debo decir que este no es un hecho solitario. Para criticar es necesario que haya una contraparte que escuche y si es posible que aporte, ya sea datos reales o datos producto de su poderosísima imaginación.
Quisiera referir algunas posibles causas de este curioso acto humano. Primero es posible que sea justamente eso, un acto muy humano y que nos resulte inevitable como especie concentrarnos en nuestra vida y necesitemos pensar y entrometernos en la vida de los otros. Después de todo, hay un gusto casi natural del ser humano por las historias. Pero esto lo haría comprensible solamente si se da de manera mesurada y no de manera enfermiza, como sucede en algunas ocasiones.
Otra posible causa, más sociológica/psicológica y menos antropológica si quieren, es que las personas tienen vidas muy aburridas y probablemente muy tristes. Si hubiera que asignarles un color sería el gris.
He llegado a la conclusión de que quien cuenta un chisme o se entromete en la vida de otra persona, en el momento que lo cuenta siente algún tipo de superioridad, usualmente es moral, porque los chismes y las intromisiones usualmente tienen que ver con las desgracias de las personas, que se sabe, en este país son muchas.
Otra acotación que quisiera hacer es que siempre a causa de un insano estereotipo, esta cualidad (defecto) se ha relacionado con el género femenino en sus representantes mayores, sin embargo, la experiencia me ha hecho comprobar que en la variable género se da a partes iguales por la población masculina y femenina, lo mismo con la edad, da igual si son mayores o menores, en ambos casos son partícipes de esta cotidianidad.
Pensaría yo que para no entrometerse en la vida de otras personas funcionaría muy bien adentrarse (pero en serio) en el mundo del cine y la literatura que, si bien tratan de personas ficticias, son vidas ajenas. Lo otro que podría funcionar es conseguirse una vida propia.