Columnistas

Una prosperidad compartida  

Con cruel lentitud pero incluso así en movimiento, el orbe va transformando el concepto de pobreza desde un paradigma económico a categoría ética. Pues ya es insufrible la disparidad, la inequidad mundial entre holgados y míseros y, peor, entre despampanantemente ricos y desamparadamente pobres.

En su documento “Economía para el 99%” Oxfam exhibe datos demoledores: “ocho personas (ocho varones) poseen la misma riqueza que 3,600 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad. La súper concentración de riqueza es imparable. El crecimiento económico beneficia a los que más tienen y el resto -enorme mayoría de ciudadanos del mundo y especialmente de sectores más pobres- quedan al margen de la reactivación de la economía. El modelo económico y los principios que rigen su funcionamiento nos han llevado a esta situación extrema, insostenible e injusta. Es hora de plantear una alternativa. Necesitamos gobiernos que apuesten por una visión de futuro y respondan ante su ciudadanía; grandes empresas que antepongan los intereses de trabajadores y productores, un crecimiento dentro de los límites del planeta, el respeto a los derechos de las mujeres y que el sistema fiscal sea justo y progresivo. Se debe avanzar a una economía más humana”.

La inquietud no es nueva. Hacia 1950, cuando se quiso llevar a China a la colectivización socialista (y que culminó en el desastroso “gran salto” al comunismo), Mao empleó el término “prosperidad compartida” para nominar un concepto de desarrollo local que implicaba dejar que algunos se enriquecieran sumamente para que luego distribuyeran esa opulencia. Desde la pasada década el presidente Xi Jinping retomó la frase con opuesta acepción: crear una sociedad tipo “aceituna”, con gran clase media y pocos individuos en los extremos de riqueza o pobreza. “Que las personas ricas tengan un mayor papel no es un asunto de robarles para dar a los pobres” dice uno de sus técnicos, sino que “los cambios deben ser mesurados y constantes”. China erradicó la pobreza rural extrema en 2020 y busca que el “progreso sustancial” conduzca a su prosperidad compartida universal en 2035. Sin justicia ni equidad se vicia el avance humano.

Hoy incluso la ONU y el Banco Mundial hablan de prosperidad compartida, este último impulsando el aumento de ingresos al 40% más pobre de cada nación, si bien es evidente que el adelanto de la República Popular es indetenible (tiene 440 millones de gentes clase media con ingresos iguales a los norteamericanos: $40,000 al año) ya que Xi ha logrado inyectar en los supermillonarios una auténtica sensibilidad social. Ma, cofundador de Alibaba, gigante de compras en línea, sentenció que es “responsabilidad y deber” de los empresarios luchar por la “prosperidad compartida” y anunció una inversión de $15,500 millones en proyectos de atención médica rural y seguro para trabajadores de reparto. Tencent -voluminosa compañía de internet- destinó $15,000 millones para programas de ayuda social, en tanto que Meituan (aplicación de entrega de alimentos) transfirió $2,000 millones a su fundación filantrópica para ser dedicados a medicina primaria y educación de base. Por fin la pobreza de este rico planeta se torna inmoral.