Columnistas

Tucker Carlson y la falsaria libertad

Es uno de los periodistas más vistos en la televisión de Estados Unidos, y Tucker Carlson nunca ha disimulado su posición política conservadora: “Soy la persona más derechista que conozco”, opinó alguna vez, pero cometió la osadía contra el “establishment” de su país de entrevistar a Vladimir Putin y le cayeron las avispas.

Todos aquellos principios de libertad de opinión y respeto a la prensa independiente que la Unión Europea y los Estados Unidos pregonan y exigen como un mantra a los demás quedaron en mera cháchara; al que consideraban uno de los suyos lo hacen trizas por salirse del redil.

Carlson estudió Historia, pero hizo fulgurante carrera en el periodismo; estuvo en CNN y en MSNBC para llegar a la estación ultra conservadora Fox News, donde pasó 14 años defendiendo lo suyo y generando polémicas, tanto que por sus comentarios la cadena perdió una demanda por más de 700 millones de dólares. Lo despidieron.

Su imagen reconocida de la televisión le facilitó abrir con éxito un sitio en la internet, su programa Tucker en X lo han aplaudido hasta el cansancio y visto por millones, como la entrevista a Donald Trump, de quien aseguran que es pana.

El año pasado entrevistó al entonces impresentable candidato argentino Javier Milei, siempre procaz y ordinario arremetió contra todo, incluido el papa Francisco y, por supuesto, Carlson consiguió millones de visualizaciones, y para no perder el hilo y mantenerse en familia, también conversó con Nayib Bukele y con Jair Bolsonaro.

Manteniéndose en el carril de la derecha entrevistó a Viktor Orbán, el primer ministro ultra de Hungría, y aventurándose más allá del periodismo, se fue a España a acompañar en la marchas a Santiago Abascal, líder del partido ultraderechista Vox, con clara tendencia supremacista y antiimigrante. Entonces lo aplaudían.

Cualquier periodista, lo que se llama periodista, quisiera entrevistar a una personalidad que ya se haya asegurado un puesto en la historia, no importa que le simpatice o no, que deslumbre en el fútbol, que escriba inmortales novelas, que dirija naciones, que cree vacunas o lastre una vida bandida.

Carlson aprovechó su oportunidad y los dueños de la “verdad” perdieron la cabeza, desde un excongresista estadounidense, Adam Kinzinger, que lo llamó “traidor”, como lo hizo también al otro lado del Atlántico el despeinado Boris Johnson, exprimer ministro británico, destituido por un escándalo fiestero.

El desquicio es tal que el exprimer ministro de Bélgica, Guy Verhofstadt, sugirió que prohíban a Carlson la entrada a Europa y, el colmo, William Kristol, exjefe de gabinete en la Casa Blanca, pidió que no dejen regresar al periodista a Estados Unidos, su país.

Mientras se evidenciaba la falsa libertad de opinión y los disparates afloraban, la entrevista de Carlson a Putin alcanzó 100 millones de visualizaciones 13 horas después de publicarse.