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Tensiones enfrentan a EE UU y China

El trasfondo del complejo enfrentamiento entre Washington y Beijing, cada vez más intenso, se vincula directamente con la hegemonía en lo geoestratégico, comercial, tecnológico, militar e ideológico. Actualmente, las relaciones bilaterales pasan por su peor momento. La correlación de fuerzas favorable a Estados Unidos es cada vez menor, excepto en el campo nuclear, en donde EE UU posee una abrumadora superioridad en lo relativo a armamento de destrucción masiva. En 1979 Estados Unidos reconoció diplomáticamente a China con el propósito de aprovechar las disputas entre ella y la Unión Soviética para dividir al bloque comunista internacional y lograr que las multinacionales estadounidenses accedieran al mercado chino. Ya en 1971 el presidente Nixon se había entrevistado con Mao para negociar la nueva relación entre ambos países. Si es en el Mar de China Meridional en donde puede ocurrir un enfrentamiento naval no deseado entre ambas potencias, dado que Beijing reclama como suyas la casi totalidad del mismo, una de las rutas marítimas más transitadas del mundo -al igual que las islas-, lo que es disputado por Taiwán, Vietnam, Filipinas, Brunei y Malasia, al considerar que viola sus derechos soberanos. Manila denunció la pretensión china ante la Corte Internacional de Justicia, recibiendo fallo favorable, no aceptado por Beijing. China reclama como parte de su territorio a Taiwán, lo que esta rechaza sin llegar a proclamar su independencia de jure para evitar provocar un enfrentamiento directo entre ambas repúblicas. De ocurrir, ¿cuál sería la actitud de Washington? ¿Impedirla y acudir en defensa de Taipéi o cruzarse de brazos y aceptar la anexión como un hecho consumado? De adoptar esta última actitud perdería credibilidad entre sus aliados asiáticos, que concluirían ya no pueden confiar en la capacidad de respuesta estadounidense, que, bajo Trump, se ha ido retirando del Pacífico, vacío de poder crecientemente ocupado por China. La balanza comercial entre ambas potencias ha sido ventajosa para Beijing, lo que es tomado muy en cuenta por sus autoridades para evitar un mayor deterioro que resulte en una importante reducción de sus exportaciones hacia ese importante mercado. A lo largo de los años, China ha adquirido bonos de Tesorería estadounidenses, invertido en empresas tecnológicas prometedoras en el Silicon Valley, aumentando así su presencia en las finanzas e industrias de punta de su rival. También ha limitado el ingreso de científicos y estudiantes chinos a empresas y universidades estadounidenses y denuncia los abusos a los derechos humanos de los Uighures, de religión musulmana y etnia turcomana que habitan la provincia de Xinjiang, concentrados masivamente en campos de “reeducación y aprendizaje”. La implementación de la Ley de Seguridad Nacional por el presidente Xi en la región semiautónoma de Hong Kong, devuelta por Gran Bretaña a China en 1997, ha sido denunciada por Washington, aplicando distintas sanciones a funcionarios chinos. Trump ordenó el cierre del consulado chino en Houston, y, en reciprocidad Xi ordenó igual medida para una representación consular estadounidense en una ciudad china. Ambas naciones se percatan que no pueden agudizar las presentes tensiones hacia un mayor nivel de agudización, lo que perjudicaría los intereses comerciales de ambas. Esa recíproca conveniencia es la que permite que las diversas rivalidades bilaterales no lleguen a una escalada de imprevisibles consecuencias para ambas y para el planeta. China crecientemente aparecerá como tema de debate en la próxima campaña presidencial de noviembre y Trump utilizará esa temática para llevar agua a su molino reeleccionista