A estos, la nueva ley aliviará algo a ellos más que a sus deudores, a quienes podrá librarles por un tiempo de la hostilidad de los oficiales de cobro. Todos ganan algo de alivio. Diferentes tipos de alivio. Quizás nada más que eso. Quienes logren la aplicación de esta ley no perderán, por ahora, medios de producción y quizás unos cuantos, no tantos como se intenta hacer parecer, podrán hacer, además, de pagar sus deudas, cumplir con los salarios de colaboradores, que no los propios, sin endeudarse con prestamistas informales, y tener hasta sustento diario para sus familias. Por un tiempo.
Alivio efímero. Pero les dirán que peor es nada y que nadie los obligó a endeudarse y sí, tendrá toda la razón. Y si les quedara para reinvertir sería demasiado bueno. Pero todo es posible. Y aquí en nuestras Honduras, tan insoportablemente profundas a veces, en donde al decir de Roberto Sosa, se vive de milagros, es de milagros como seguiremos, y a pesar de los dirigentes, elegimos creer que saldremos adelante.
En realidad, será más por este surrealismo cotidiano, droga heroica que anima hasta el optimismo crónico que nos mandamos por ratos, se cansa. Que no falte nada si a las mayorías les falta todo, no asegura tranquilidad ni ahora ni en el futuro.
Que en veinte años, contaremos con más del 80% de compatriotas sin educación adecuada, adolescentes sin haber ingerido en sus primeros cinco años nutrientes indispensables, esto debiera tener a gobierno y ciudadanía inmersos en definición de estrategias que impidan sino tan sombrío escenario. Nuestro obligado optimismo nos hace creer que así será. También que más pronto de lo que cree Trump, tendremos la tal vacuna. Y todo estará bien.