Dicen que una de las industrias con mayor crecimiento en estos días de incertidumbre y adversidades es la de brindar apoyo psicológico para enseñar a superar las preocupaciones. La ansiedad o la tristeza por un futuro desconocido, por las deudas que no se podrán pagar o peor aún por la enfermedad de un pariente o conocido pueden enclaustrarnos en un laberinto del que nos cueste salir. Mi teléfono es testigo de cómo han proliferado los anuncios que me ofrecen múltiples programas y aplicaciones para aprender a meditar, hacer yoga o tener rutinas de ejercicios en espacios cerrados. Todas estas cosas sin duda ayudan, pero no atacan el problema de fondo.
Buscar la tranquilidad a toda costa, evitar las preocupaciones resulta ser uno de los autoengaños más difundidos en la cultura occidental. Si no se detecta la mentira encerrada en la frase inicial, se puede caer en una especie de indiferencia o pereza que nos paraliza y que convierte en realidad los monstruos que solo estaban en nuestra imaginación. Los motivos de preocupación existen, los problemas también, sin embargo, el foco de nuestro día a día no puede estar en esos problemas y en evitar preocuparnos a toda costa. Evitar la preocupación es una de las hijas pequeñas del “evitar el dolor a toda costa”. Preocuparse no es cómodo por supuesto, pero es el precio que hemos de pagar porque existen cosas que queremos de verdad y que nos importan.
Inquietarse, sentir una desazón interior por el futuro incierto, estar incómodos por el nerviosismo de tener que sacar una familia adelante es normal. Evidentemente, sentir no significa dejarse dominar. Aunque tal vez la mentira más profunda de la frase “Si tiene remedio, ¿por qué te preocupas? Si no tiene remedio, ¿por que te preocupas?” es que en ocasiones nuestros juicios son incompletos o equivocados. Cuántas veces comprobamos que cuando nos ponemos en movimiento cosas que parecían no tener remedio luego resultaba que sí lo tenían. Y es que la vida no es algo estático, fijo o inmóvil. Muchas veces tenemos que dar los primeros pasos con fe en que las cosas tendrán solución aunque no veamos las respuestas concretas en esos momentos. Cuando probamos, nos equivocamos e intentamos luego descubrimos caminos nuevos que antes no existían. Tal vez era cierto, no existían pero los abrimos con nuestra fe en que las cosas se podían resolver.
Para superar las preocupaciones no existe nada mejor que poner amor en las cosas que uno hace. Llenar nuestro día de actividades productivas tendrá en su sitio a la imaginación que inventa muchas veces escenarios inexistentes. Servir a los demás y esforzarse por hacerles felices es un excelente antídoto a centrar nuestra mirada en nuestras pequeñas preocupaciones. Ocuparnos de forma activa en plantear soluciones y alternativas para dejar de centrar la mirada en los problemas. Existen muchas soluciones más como fomentar la fe en Dios y rezar por los que sufren. Si somos flexibles y sabemos adaptarnos encontraremos muchas luces de esperanza y alegría incluso en medio de la oscuridad de la presente crisis.