A las doce de la noche del 31, finalizó la segunda década del siglo 21. Tiempo desperdiciado por Honduras en la nueva era de la Revolución tecnológica. La inteligencia humana se impone en la creación de novedosas vías de desarrollo. Vías que nos han conducido a transformaciones en los métodos de comunicación, transporte, técnicas de producción de alimentos, vehículos espaciales, descubrimientos de nuevos cuerpos celestes y avances gigantescos en medicinas de última generación.
Este es, en síntesis, un mundo en veloz ascenso; un mundo que aterra cuando lo vemos alejarse cada día de nuestros pueblos crónicamente atrasados, quedamos solos, en medio de tinieblas provocadas por nuestra educación anacrónica, por una salud abandonada, una seguridad sin estrategias efectivas para combatir el crimen, un ahogamiento de esperanzas, de armonía y de paz social sostenible.
Los hondureños no nos hemos tomado ni segundos, para reflexionar sobre lo que será de nuestro país, en apenas pocos años, frente a esta gigantesca “brecha tecnológica” que garantiza que nuestros hijos y, con mayor seguridad nuestros nietos, sufrirán el más infamante estado de pobreza; contemplarán la destrucción de nuestros valores cívicos, morales y hasta religiosos; y presenciarán el derrumbe de nuestras instituciones republicanas.
Durante demasiado tiempo, ciudadanos conscientes, hemos exteriorizado sobre nuestra grave preocupación porque, en Honduras, no se vislumbra un cambio positivo en el estilo de conducir la nave del Estado. Se continúa manejando feliz como una humilde pulpería de barrio. No se identifican ideas frescas, modernas, transformadoras que conlleven a la generación de políticas nacionales firmes y que provoquen, un desarrollo integral humano sostenible.
Se destruyeron, en su momento, las instituciones del Estado que tenían la responsabilidad de realizar una planificación altamente científica del desarrollo nacional. Se cayó en la trampa del neoliberalismo, infecundo, que declaró satánico todo esfuerzo por delegarle al Estado la responsabilidad de apoyar al sector privado en la definición de metas y de emprender juntos, esfuerzos en pos del objetivo mayor, que no puede ser otro, el de sacar al país de la pobreza.
Se confundió el rumbo; unos pocos desnudaron su respaldo enfermizo por la continuidad del Estado paternalista (Concepto que nunca entendí, por qué precisamente en Honduras el peor enemigo del emprendimiento privado ha sido el mismo gobierno), por otro lado, aparecieron los defensores iracundos del “fuera manos del Estado”; los que creían que éramos gigantes del desarrollo y que, el Estado, solo debía cumplir la función de“aficionado espectador”. Se descartó totalmente la teoría intermedia del “Estado promotor”, en el que el Estado responsablemente asume aquellos papeles y costos extraordinarios pero necesarios, para que un pueblo no productor en escala suficiente, pueda asumir por sí solo. Por décadas, y salvo en honrosas excepciones, hemos elegido funcionarios públicos divorciados de los dotes más elementales de un estadista. No solo eso, los vemos fracasar, sin embargo, volvemos a favorecerlos con nuestro voto y con gran seguridad, si no recapacitamos, seguiremos votando por ellos, reconociendo hasta el colmo sus incompetencias y más aún sus inclinaciones por la corrupción. Viene un nuevo proceso electoral, por Dios Santo, NO tropecemos en las mismas piedras. Desterremos la mediocridad y la corrupción desnuda.