El reguetón es un género musical resultado de una situación social. Este discurso es inequívoco cuando sabemos que la música ha tenido gran influencia en la sociedad a través de los años y, que es la sociedad la que genera la misma como su producto cultural, y que a su vez, ese producto modifica a la sociedad misma, porque la agrupa generando pertenencia, produciendo alienación, implantando valores o antivalores.
Como todo arte, la música refleja siempre el estado de salud de una sociedad y una cultura, es decir, refleja todas las cosas que están sucediendo.
En ese sentido no debemos olvidar que la música es capaz de plantar nuevos ideales, como lo hizo el rock and roll en su momento, traspasando barreras etnográficas hasta entonces insuperables, o de transformar permanentemente la vida de miles de individuos a nivel mundial durante décadas, como sucedió con el movimiento hippie y la popularización del rock. Pero el rock and roll y el movimiento hippie no son el caso.
Desde sus inicios, las críticas al reguetón por parte de la sociedad abundan y por razones obvias, pues el género musicaliza de manera trivial una serie de antivalores como la superficialidad, el vicio, la objetificación de la mujer, la veneración de la mercancía, la violencia para adquirirla, y tantos otros elemento culturales nocivos, y lo cierto es que, desde su origen hasta la actualidad, este género musical ha permeado la construcción de la sociedad, es decir, sus normas, su moral y ética, sus motivaciones sobre el sentido y valor de la vida, de las relaciones interpersonales, familiares, de amistad, de pareja; su identidad.
Con este escenario, la música reguetón no debe entenderse como un simple producto cultural sin repercusiones sociales, eso es subestimar a más no poder los efectos que ésta tiene en la población, y si además, a esto se le suma que es un hecho generado por la misma sociedad, que germina a partir del accionar consciente de nosotros como personas, o como grupo de individuos frente a algún acontecimiento cotidiano, debido al descontento, el asunto se vuelve de obligada solución.
La verdad es que el reguetón es una consecuencia que solo puede permanecer en una sociedad en desequilibrio, por lo que debemos tener presente que cuando se interactúa en una sociedad donde hay exclusión, maltrato y abuso de personas, algunos de los individuos afectados asumen que si han vivido tales actos, también ellos deben responder a los demás, y puesto que la música imita directamente las pasiones del alma —lo dijo Aristóteles— el reguetón es la realidad de ello.
Ahora, la solución al problema es que entendamos que la crítica no basta, que la misma debe tornarse de una incomodidad en una verdadera voluntad operativa de construir una sociedad en equilibrio, iniciando por el mínimo acto de disipar sus sonidos simplistas y letras decadentes, y bueno, sospechar siempre que la música puede ser profunda y trascendental si no es reguetón.