En ninguno de los procesos electorales sostenidos en el país desde la finalización de la dictadura del año 1948, enfrentamos un ejercicio electoral tan complicado y tan delicado para la vida institucional y democrática de Honduras como el que viviremos este próximo domingo 14.
Los tres partidos políticos que se atribuyen la exclusividad como fuerzas mayoritarias (según ellos) de administrar el proceso electoral con autoridad absoluta, acuden a las urnas solicitando, implorando o exigiendo, según el caso, el respaldo político de los votantes hondureños, soslayando muchos de sus dirigentes los hechos punibles que han contribuido a empañar sus imágenes frente al electorado nacional.
Un partido oficialista destrozado por los señalamientos mundiales de corrupción y de coconspiración en el deleznable tráfico de drogas; con candidatos que luchan a muerte por desmarcarse de toda vinculación con el régimen actual, pretendiendo hacer creer que repudian todo acto cometido en desmedro del pueblo, llegando al colmo de expresar que ahora Honduras sí merece un presidente de verdad, y que ellos o él serán el arcángel salvador del pueblo, como si durante dos décadas no se hubiesen dedicado a ciegas a sacudirle los botines al gobernante y a extenderle la alfombra roja para que todos, no solo JOH, se hicieran parte de una vil traición a la patria con el imperdonable delito de violación a la Constitución, que prohíbe la figura de la reelección. Un partido que presenta figuras de ingrato recordatorio, muchos con acusaciones, denuncias o reparos pendientes, tanto en la fiscalía como en el TSC, por actos dolosos en algunas dependencias del estado o en el Congreso Nacional.
Un Partido Liberal fraccionado, con una parte importante tratando de liberarse, según ellos, de la caverna, también llamada “lado oscuro”, y otra parte que incurrió en el pecado político más abominable como es el colaboracionismo pistero. Cómplices por acción o por silencio, en todos los actos vergonzosos acontecidos en los últimos años; por otro lado, una corriente con un candidato de entrada descalificado, recién salido de una institución extranjera donde pagó condena por delitos contra la salud de la humanidad.
Finalmente, un tercer partido, apéndice innegable de la tradición tránsfuga de uno de los partidos históricos, pero que se llevó consigo todos los vicios, trampas y triquiñuelas de su progenitor; con una dirigencia que goza de una conciencia tranquila porque padece de una mala memoria; lástima porque lleva en sus planillas algunas figuras muy capaces, dignas de ocupar cargos en un gobierno responsable.
Los liderazgos son los que elevan a los pueblos a niveles dignos de bienestar o los sumergen en las fosas sépticas de la crítica mundial.
Este domingo primero a depurar las candidaturas contaminadas y luego a elegir candidatos transparentes y que Dios nos proteja para no seguir como bueyes en el fondo de la barranca.