Finlandia declaró el acceso a internet de banda ancha como un derecho fundamental en julio de 2010. En aquellos días, el 80% de su población utilizaba el internet regularmente pero solo 30% tenía acceso a este tipo de conexión.
Se planteó entonces como objetivo que para 2015 todos los finlandeses tendrían derecho a una conexión con una velocidad de hasta 100 Mb/s. Cinco años después (2020), el 95% del total de habitantes (5.5 millones) son usuarios de internet, todos ellos con una velocidad promedio de 58.49 Mb/s a través de sus teléfonos móviles; mientras que tratándose de conexiones fijas, la velocidad es 109.04 Mb/s (¡misión cumplida!) (ver datos en https://wearesocial.com/digital-2020).
En nuestro país, apenas el 31.7% de usuarios tiene acceso a internet, aun y cuando hay 71.1% de usuarios de telefonía móvil. El promedio de velocidad en los dispositivos móviles es de 23.45 Mb/s, mientras que en las conexiones fijas es de apenas 19.34 Mb/s. Esta realidad ha afectado la inclusión educativa de la población más joven durante la pandemia: ya mencionamos cómo al menos la mitad del estudiantado nacional deberá hacer una “pausa obligada” en 2021 por no contar con internet y aparatos para recibir clases.
Sumado a otras “condiciones preexistentes” (pobreza, mala alimentación y salud, recursos insuficientes o de baja calidad), es evidente que la nación enfrentará con notorias desventajas los retos de un nuevo mundo en veloz transformación digital. Muchas personas del entorno que conozco se preguntan qué hubiera sido de nosotros en pandemia si no viviéramos en esta época, con internet y herramientas digitales.
Cómo se hubiera vivido el encierro, el distanciamiento físico, la interrupción de las actividades gregarias más comunes y cotidianas. Pues no hay necesidad de leer testimonios sobre la gripe española de 1918: basta con preguntarle a la ciudadanía que está excluida de la interconexión digital y otros beneficios a los que accedemos unos pocos (como un trabajo más o menos estable) para entender que se las han arreglado como han podido, sin “streaming”, sin cómodas aplicaciones para encargar la compra al súper o la comida al restaurante favorito, sin Twitter, Instagram o Tik Tok y, quizás lo más penoso, sin oportunidad de teletrabajo alguno o educación “on line” para sus hijos e hijas.
Antes de escribir estas líneas había concluido una entrevista más por Zoom sin fatigarme y no pude evitar pensar en Finlandia y su trascendental decisión de 2010, que a la larga ha impactado a su educación y sociedad. Recordé la inexistencia de una clara estrategia de inclusión digital de nuestro país y de su economía para los próximos años. Si la pandemia ha desnudado nuestra endémica corrupción y la precariedad de nuestro sistema de protección social ¿no podría esta “nueva normalidad” de pesadilla en la que hemos abierto los ojos convertirse en el acicate para lograr un mejor futuro para todos y todas, uno más incluyente y próspero?