Columnistas

Nueva moral política

Nunca Honduras había sufrido un período de tanta angustia, incertidumbre, temor por el presente como incertidumbre desconcertante por el futuro. Desde hace unos 17 años, el país sufre con creciente intensidad una crisis social y económica, pero sobre todo, política y moral que se traduce en una permanente declinación de todos los indicadores internacionales con los que se mide el grado de satisfacción de las necesidades básicas del pueblo, de su desarrollo humano, de su nivel de pobreza y de miseria, así como de la transparencia con que las autoridades manejan la administración publica y, en general, el grado de felicidad que experimentan, en nuestro caso, los hondureños en su diario vivir. Sociólogos y otros estudiosos del comportamiento de las sociedades, se quedan cada vez más perplejos por la velocidad con que en Honduras se deteriora el sentido de los valores; particularmente, en aquellos sectores responsables de la conducción del Estado. Se perdió aquella capacidad de distinguir con claridad, la diferencia entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo moral y lo inmoral, el respeto por la ley, la familia y los mayores, versus el abuso y la violación de las normas más intocables como son la Constitución y las leyes. Los tres poderes del Estado, confabulados en una loca competencia por ver quién de ellos defrauda más al pueblo, sin lástima, y con una desfachatez y desvergüenza que aterrorizan porque han llegado al colmo de violentar nuestra soberanía, llegando a ceder a extranjeros nuestro sagrado territorio nacional, disfrazando esas fechorías con figuras de modelos de desarrollo instantáneo, tipo café expreso, entregando realidades, como son nuestros tesoros naturales y territoriales, a caballeros de industria que prometen, en tiempo récord, la construcción de ciudades prodigiosas, parecidas a aquellas en el País de las Maravillas de Alicia, donde abundan las fuentes de leche y miel. Igual condena inapelable debe recaer sobre los propios legisladores y magistrados supremos de justicia, así como aquellos miembros del ejecutivo que también, sin recato ni respeto al pueblo que los eligió y los mantiene con jugosos ingresos mensuales, han intentado romper la roca de los artículos inviolables de nuestra Constitución que prohíben expresamente el bochornoso y pernicioso continuismo en el poder de personajes que, en el mundo democrático, ya estarían enterrados en las frías tumbas del olvido y de la inhabilitación. Nos acercamos a un nuevo cotejó electoral, ya saltaron prematuramente al ruedo, en campañas vacías y ofensivas, las liebres del patio, responsables de nuestra crisis. Ya vuelven a tocar las puertas de nuestras humildes viviendas, en barrios y caseríos, asoladas por la pobreza, el desempleo, la violencia y la desesperación, con cantos no de sirenas, si no de tiburones, depredadores. Surgen las mismas caras de políticos gastados y de los nuevos faraoncitos de la farándula política nacional, algunos de ellos insignificantes buhoneros, hace pocos años y hoy, potentados, propietarios de mansiones en colonias de privilegio, así como de media docena de vehículos de lujo. Provoca náusea esta lamentable situación de un pueblo orillado al borde de la irreversible categoría de país fallido, por el pésimo y condenable desempeño de aquellos engendros que nacieron sin patria en las venas. No merece Honduras este destino; somos nueve millones de almas en manos de un puñado de oportunistas, nacidos en mal momento. La última página de esta tragedia no se ha escrito. En el marcador con que se registrara nuestra voluntad política en la próxima elección está el destino de la patria. Y como ha dicho Rosa Esther Lobo de Suárez, cuando llegue el momento “No votes por corruptos, aunque sean de tu partido”.