Hace eco Francisco de una frase histórica que marco la lucha frontal del gobierno y pueblo de los Estados Unidos frente a la más terrible depresión económica vista por el mundo. Dijo entonces el presidente Franklin Roosevelt en su discurso de toma de posesión en 1933, que: “A lo único que se debía temerse era al miedo mismo”. El desempleo, la hambruna y los suicidios provocados por dicha depresión eran incontenibles.
Esta nueva película de horror viral, jamás vista por el mundo contemporáneo, con sus características de velocidad de contaminación y trasmisión vía contacto personal, ha venido a transformar, como pocas veces, hasta las costumbres de los pueblos. En horas, se esfumaron las demostraciones físicas de cariño, de amor fraternal, de amistad, se ha prohibido el contacto cercano entre humanos, el apretón de manos entre amigos y el beso sublime del nieto por sus abuelos.
Que tristeza, si el celular nos había empezado a debilitar los fuertes lazos familiares el coronavirus los ha venido a romper.
Los hondureños hemos vivido en los últimos 70 años, flagelos muy groseros que nos ha infligido la naturaleza: El huracán Fifi, la Guerra del 69, las múltiples inundaciones, el huracán Mitch que destrozó nuestra frágil columna vertebral productora de alimentos, las continuas sequias del último cuarto de siglo y los voraces incendios forestales que junto al gorgojo han diezmado nuestra valiosísima reserva forestal. Repercutiendo en la merma o desaparición de nuestras fuentes de agua.
Uno tras otro, esta cadena de eventos adversos nos ha sido como advertencia de que, si queremos sobrevivir a lo peor que podría estar por venir en un futuro no lejano, como consecuencia del cambio climático y otros fenómenos naturales, debemos proceder, cuanto antes, a modificar nuestras actitudes, nuestras nefastas costumbres, nuestra indolencia y “valeísmo” crónico.
En estos días de zozobra, la palabra “solidaridad” se ha convertido en el rintintin de moda. Pero nos preguntamos: “y la solidaridad con las futuras generaciones y la generosidad con el que es diferente por el color de su piel, por el color de su bandera política o por su religión; ¿será que el concepto de “solidaridad” sufrirá la misma suerte que el término “patriotismo” que ahora se interpreta sencillamente como el vigor que ponen las bellas palillonas criollas en los desfiles del 15 de septiembre?; será que la bolsita humilde de víveres políticamente instrumentalizada para enviar mensajes subliminales proselitistas a un pueblo crónicamente hambriento lo que de aquí en adelante se convertirá en nuestro símbolo catracho de “solidaridad”.
La respuesta la dejo en suspenso.
Bienvenida la acción del Colegio Médico de incorporarse a la fuerza de combate al virus; obligadas están las autoridades y el abogado Hernández a escucharlos y seguir sus calificadas recomendaciones. Adelante el Colegio de Economistas y otros profesionales a tomar trincheras en esta lucha tenaz que se avecina y enfrentar los estragos económicos y sociales que surgirán. Es momento de hacer propuestas públicas; por todos los entendidos calificados y si las autoridades se niegan a aceptarlas como una contribución patriótica obligatoria, entonces, que Dios nos coja confesados.