Desde hace más de treinta años hablan de estudios, informes y proyectos, para construir nuevos embalses que retengan inundaciones y abastezcan de agua a Tegucigalpa y otras ciudades también sedientas. Y esto no es Uruguay, la población se multiplicó imparable mientras las autoridades se lo pensaban, y la escasez es noticia recurrente.
La capital creció veloz, improvisada, desordenada, lejos de la disciplina urbanística que integra geografía, arquitectura e ingeniería, y planifica los espacios y los servicios dignos para la población; y parece que tampoco consideraron nunca la demografía, la sociología y hasta la economía de una población que desembocó irremediablemente en la marginalidad.
Las villas miseria se desgajan en los cerros, formadas por invasiones, recuperaciones de tierra, sin ninguna planificación del acceso a los servicios públicos; con algún atraso llegó la electricidad, el pavimento cuesta un poco, y las tuberías del agua potable, imposible. Son los pesados camiones cisterna que llevan el líquido a precios prohibitivos.
Tampoco hay agua en barrios y colonias de clase media, cuyos tanques de reserva de 750 litros apenas alcanzan para tres o cuatro días, y otros gastaron dinerales e incomodidades en cisternas subterráneas en el patio para enfrentar la carestía, y ni así.
A principios de los 90 cubrimos la inauguración de una potabilizadora, un portón, o lo que fuera, con el presidente Callejas, en la nueva represa de La Concepción, lo último que se hizo en la capital; sirvió para apoyar el suministro de agua que ya ofrecían Los Laureles y El Picacho. Entonces solo éramos 665 mil habitantes, ahora casi dos millones, con los mismos tres embalses.
La expansión urbana no es el ahogo en sí, sino la condición socioeconómica precaria de la gente: si en 1980 unos 300 mil capitalinos vivían en barrios pobres, ahora llega a un millón 600 mil que no tienen dinero para amortizar la inversión de nuevos proyectos, y esto obliga a la autoridad local a ser solidaria, creativa, diligente, honesta. Este es el problema real.
El crecimiento vertiginoso de la población requiere también respuestas veloces y funcionarios capaces. Necesitábamos ampliar bulevares, construir muchos puentes, recoger más basura, apurar el tráfico, pero la deuda social de la Alcaldía aún es inmensa, incluida el agua potable.
El año que comenzamos será muy político; la construcción de nuevos embalses tendrá que estar en el debate, y una alcaldía capitalina que no nos solucione el problema del agua, en realidad, no nos servirá de mucho.