Columnistas

Los dibujos animados como una introducción a la filosofía

Cuando la televisión es buena, nada es mejor; pero cuando la televisión es mala, nada es peor. Recuerdo que la primera vez que leí esta frase de Norman Minow fue en una clase de inglés, en uno de esos juegos que se ingenian los profesores para mejorar la segunda lengua. Nunca más la olvidé y cada vez que enciendo un televisor es una especie de jaculatoria, que estoy seguro no es dicha como un consuelo, sino como un enunciado en el que creo.

La televisión ha servido como chivo expiatorio de las culpas de miles de millones de personas a través de los años y lo seguirá siendo. A la televisión se le ha culpado de A, B, C, D y así hasta llegar a la Z, volver a la A y seguir en un bucle infinito. Se le acusa de la mala crianza de los niños, de las ideas nocivas en la cabeza de los adolescentes, de los matrimonios rotos, de los hombres perezosos, de las mujeres descuidadas y el rosario de culpabilizaciones sigue.

Vamos a dejar afuera de este análisis a la televisión educativa y cultural, que es desde luego un punto y aparte en las valoraciones que se le puede hacer a la televisión, y que por supuesto, todos estaríamos de acuerdo en afirmar que es necesaria su existencia porque le hace bien al mundo. Hablaremos de esa televisión cualquiera, y de un contenido cualquiera como los dibujos animados.

Si alguien se toma un tiempo para ver par de episodios de alguna serie de dibujos animados, una buena serie claro está (no olvidemos las palabras de Minow) notará que tienen en su esencia un discurso filosófico, a veces muy profundo. ¿No será más bien que nos hace falta agudeza para identificar lo que guardan en sí los dibujos animados a los que vemos televisión?

Me encontré hace poco en una animación una descripción de la realidad tan aguda como lo haría el mismo Zigmunt Bauman. La esencia del discurso era que el hombre moderno vive en una pantalla, por lo tanto; ya no corre, ve correr; ya no viaja, ve viajar; ya no gana, ve ganar a otros y así en ese mismo orden de ideas; ya no vive, sino que ve vivir a otros y él disfruta de esa vida de los otros. Una lectura muy delicada del mundo moderno.

Recuerdo que muchas de las preguntas que me he planteado sobre la vida, sobre el hombre y el devenir en la existencia me las hice por primera vez de niño frente a los dibujos animados. Sí, frente a la apodada caja tonta. Por supuesto, después vinieron las lecturas serias y el rigor, pero para hacerme una primera pregunta sirvió.

Y qué es la filosofía sino un eterno cuestionamiento a lo ya establecido, a la vida, una deconstrucción del mundo en el que vivimos. Los dibujos animados son una excelente excusa para cuestionar lo que conocemos, porque están hechos y pensados desde la otra posibilidad. Cuántas veces no se ha tratado la justicia, la moral e incluso la muerte en cualquiera de las simples tramas de los dibujos animados.

Hay que estar claros que su fin primordial es entretener y no formar, y mucho menos en una materia como la filosofía, pero es que dentro de ese entretenimiento puede haber elementos que resulten muy valiosos al menos para despertar la inquietud intelectual. También hay historias, y esto ya lo digo como escritor, que gozan de una excelente estructura narrativa y elementos de ficcionalización brillantes. Lo que hace falta mucha veces es conocimiento y agudeza para identificarlo. No, mi intención no es provocar, ni siquiera defender a la televisión o a los dibujos animados, que para eso no necesitan mis palabras. Mi intención es repensar este aspecto que forma parte de la cotidianidad del niño, de la madre, del padre.