Columnistas

Las pequeñas grandezas de cada día

En un tiempo de tantas dificultades, en el que vivimos encerrados en nuestros propios intereses, tenemos que movilizarnos para el cambio. Noviembre puede ser un buen mes de inicio. Lo que debe estar claro, que no podemos continuar enemistados con aquello de lo que formamos parte, el mundo. Nuestro paso por aquí tiene que servir para el reencuentro corazón a corazón; lo que nos hará destronar de nuestra mirada el poseer, como poder dominador que nos esclaviza y nos aborrega. Nadie debe ser más que nadie ni menos que ninguno. Esto nos enseña a despertar, para hacernos cargo de nuestras propias miserias humanas, desde la ínfima pequeñez de un caminante, al que sólo ha de moverle el amor y el deseo de amar. Con razón se dice, se comenta y hasta se infunde en todas las artes y ciencias, que hay que querer hasta el extremo de abrazarnos en vida.

Precisamente, es la confianza en nosotros mismos y en los demás la que nos ayuda a bucear con otros lenguajes más desposeídos, que es lo que en verdad nos hace crecer como humanidad. Por consiguiente, la actitud más adecuada reside en ponernos en acción de servicio, sin esperar nada a cambio por aquí abajo, nada más que reconquistar la cima de la montaña del afecto, que hemos abandonado como unos seres ingratos. Empedrado nuestro propio espíritu celeste, tenemos que intentar vaciarnos de egoísmos. Esto nos demanda claridad en la visión, gratuidad y gratitud en la inspiración, sin grandiosas hazañas, pero con una firmísima esperanza en la mística diaria, como experiencia de luz, cautivados por el desvelo de hacer familia. Desde luego, el mayor cobijo radica en el hogar; nuestras pisadas lo pueden abandonar, pero jamás nuestras palpitaciones.

Un ambiente hogareño calma los hechos y los colma de ternura. Todo lo bueno se edifica a través de los vínculos familiares. Sin embargo, y para desgracia de todos, los ambientes naturales o sociales entre los que nos movemos, están altamente polarizados, lo que deteriora la familiaridad en el trato entre análogos, envenenando los diversos diálogos y poniendo en riesgo las voces disidentes. Hoy más que nunca defender el derecho a la libertad de expresión es un acto de justicia, como herramienta vital de avance en sus metas armónicas, para un desarrollo sostenible y un espíritu democrático inclusivo. Son, sin duda, estas pequeñas grandezas de cada día las que nos hacen levantar la mirada y no vernos distantes entre sí. Porque estamos en camino, demos un paso hacia adelante siempre. El mejor sueño conjunto está en vivir y en desvivirse por el otro.