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Las ideologías matan países

Las ideologías se parecen a las religiones, tienen una base construida sobre un supuesto que suele ser ideal y es muy fácil caer en los extremos de ellas, sobre todo si se carece de formación y de pensamiento crítico.

También existe, dentro de los límites del respeto, libertad para pertenecer a alguna. Las más descabelladas se sostienen en un cuestionable principio de libertad y se ocultan tras las fallas más elementales de la democracia. Una religión suele excluir a la otra, así como una ideología excluye a su opuesta. Y lo más importante, ninguna de las dos tiene base técnica o científica. Lo que sucede es que la religión por su naturaleza no la necesita, pero la ideología sí.

Las ideologías son eso, ideas, pero no implican un planteamiento teórico formal sobre el funcionamiento del mundo, más allá de que hayan sido profesionales de tales o cuales áreas quienes inicialmente las hayan propuesto. Es por eso que si el norte de un movimiento, el que sea, es de carácter ideológico y no político, en el sentido de la búsqueda del bienestar común, no tiene ningún rumbo y no llevará a buen puerto a nadie.

Es cierto que toda nación necesita regirse por un modelo social y económico, y los modelos están ligados a unas ideas específicas, pero es que los modelos también pueden emerger de la idiosincrasia de una país, una suerte de tecnocracia, en la que se aplique para resolver cualquier problema el principio técnico más efectivo, sin importar si sea en salud, educación, seguridad, etc. Las ideologías pretenden enclavar un sistema exógeno en un aparato social, solo porque se cree que puede funcionar en cualquier contexto.

Y las ideologías pueden ser totalmente opuestas, pero siempre tienen en común que no se toleran entre sí. Lo que ha dejado a la historia de la humanidad un extenso capítulo de dolor y división con rostro propio en cada región. Además, cualquier forma de gobierno, cualquier forma ideológica y me atrevería a decir cualquier producto humano, salvo las matemáticas y sus allegadas, son entrópicos, es decir, que a medida avancen en el tiempo, tenderán al caos, se irán desordenando. Los analistas dirán que se desgastan y desde su perspectiva tendrán razón. Los combates ideológicos no hacen más que desenfocar las energías de un país, no hacen más que invertir el esfuerzo, que bien pudiera estar generando desarrollo, en una estéril batalla de ideas que no lleva a ningún lado. ¿Cuál es la fórmula, entonces, para que cada corriente ideológica tenga adeptos? Y no son cualquier tipo de adeptos, sino verdaderos matriculados con “la causa”. Es simple, proponen una situación ideal, digamos que, si la religión promete algo que está más allá de la muerte, las ideologías proponen un paraíso aquí en la tierra.

Y la diferencia está en que la religión lo propone en términos de fe y un plano metafísico y ya queda a criterio de cada uno creerlo o no, pero la ideología lo propone en términos terrenales, y hasta el momento basta con echarle un vistazo a nuestro mundo para saber que tal paraíso está perdido. Evidentemente es imposible, por la entropía que mencionaba. Si participamos los humanos, tarde o temprano irán tendiendo al desorden, al caos, al deterioro y, en ambos sentidos de la palabra, a la corrupción. Podemos estar siglos en esta falsa dialéctica, reparando en cuál es la mejor, y no haremos más que un gasto inútil de energía.