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La plenitud que da la ética

Recientemente tuve un dilema ético en el trabajo. No se trataba de una situación tan especial, pero sí requirió una conversación con mi jefe para encontrar lo que era más justo y razonable para las partes involucradas. Pensaba que últimamente estas situaciones son pocas en comparación con las que tenía que enfrentar en mi primer trabajo; lógicamente para un recién graduado, sin experiencia alguna de la vida, intentar ser justo y caminar por la senda de la ética presentaba ciertas dificultades.

En aquella lejana época, lastimosamente no puedo decir que en un lejano país, algunos proponían actuar de forma correcta. Sin embargo estaba bien admitir, de vez en cuando, decir una pequeña mentira, o deslizar por debajo de la mesa una pequeña “comisión” o usar las influencias para favorecer con un negocio a un amigo.

Tal vez no reparaban en que ejercitar la justicia se hace más necesario e imprescindible en las pequeñas situaciones en las que es sumamente tentador para el beneficio propio dejarse llevar por una excepción.

Tratar siempre con respeto y amabilidad a todos, cumplir con responsabilidad los deberes del propio trabajo; no desperdiciar el tiempo ni los recursos, que siempre serán escasos; hacer valer la palabra dada, no ceder a pequeñas mentiras, no prestarse a chismorreos o a maledicencias, especialmente hacia los ausentes... Todo esto forma parte de la elegancia y del arte que todo buen profesional procura cuidar ya que el trabajo bien hecho, ese que deja huella en sí y en los otros, tiene tanta relación con el contenido como con las formas.

A veces en este camino de empeño por ser leal pueden presentarse incomprensiones. Al principio nos puede parecer que son pocos los que nadan a contracorriente y a pesar de las buenas intenciones podemos cometer errores y equivocaciones. Algunos que considerábamos amigos pueden alejarse y darnos la espalda, e incluso podemos pasar por momentos en los que el horizonte no se presenta positivo y alentador.

No obstante, el paso del tiempo nos enseña que en todo existe un camino de doble vía. Se recibe, a veces corregido y aumentado, lo que se da. El que es desleal cosecha infidelidades y traiciones, el mentiroso tarde o temprano cae presa de sus mismos engaños y el que atropella e irrespeta a los otros suele concluir sus días solo y abandonado. La vida da muchas vueltas, lo que estaba arriba termina abajo y el tiempo se encarga de colocar todo en su lugar. Sin duda es un camino exigente en el que siempre tendremos espacio para aprender y rectificar pero que a la larga resulta el más fácil y llevadero.

Serán muchas las veces en las que tendremos que echar mano también de la paciencia pues las personas, nosotros también, a veces no aprendemos enseguida y los cambios no se dan de la noche a la mañana.

Para estas situaciones siempre recuerdo los consejos que recibí de la mano de un sacerdote experto que me decía lo siguiente: 1) Procura decir siempre la verdad, nunca digas mentiras por pequeñas que parezcan. 2) Nunca recurras a excusas y justificaciones. 3) Si cometes un error busca rectificar enseguida. Si a lo anterior añadimos el hábito de no hablar nunca mal de nadie y el esfuerzo de tener un trato amable y cordial con todos descubriremos que no existe ambiente, por adverso y difícil que parezca, que no se rinda a la aspiración de verdad, bondad y belleza que todos llevamos impresa en nuestro corazón.