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La necesidad de alienarse

A veces dan ganas de ser tonto, ciego, loco o alienado; tal vez todas a la vez. El conocimiento y la mente despierta, sin bien aumentan el disfrute de la belleza, en algunos contextos, también intensifican el dolor. Es que a sabiendas de las cosas la risa, la rabia, el enojo, el desencanto y la desdicha son mucho más intensas. Y no hay que saber demasiado o ser muy inteligente para enojarse en Honduras, con un poquito basta.

Es por ello por lo que me resulta tan difícil juzgar a las personas que se emboban viendo series de Netflix o el último golpe taquillero de Disney, o los que se fanatizan con el Real Madrid y el Barcelona o bien los que enloquecen con las canciones de BTS, Black Pink y están a la expectativa del lanzamiento del próximo éxito de Taylor Swift, mientras Honduras ve su sistema democrático, aún joven, pende de un hilo.

Es que no hay manera de juzgarlos cuando los que controlan nuestros intereses comunes tratan los asuntos de mayor importancia con la ligereza o con lo que se compra un cono en una aburrida tarde de domingo en Tegucigalpa. Por lo menos la última serie de Netflix, seguramente inclusiva a la fuerza, está bien actuada y deja algún tipo de mensaje políticamente correcto, pero lo que se ve aquí es francamente descorazonador a secas.

Se llega a un punto en el que todo lo que vemos en los medios de comunicación se vuelve redundante: temas, invitados, entrevistados, fuentes, etcétera. Hasta ya sabemos cuáles son los métodos de ofensa preferidos por tal o cual político. Ya tenemos la novela bien hecha en el imaginario, solo esperamos el próximo capítulo. El problema es que como chismecito político, como novela de intriga está bien, pero no se nos debe olvidar que cada vez que un político habla, sea funcionario público u oposición, está hablando de nuestros intereses, de nuestros recursos del presente y del futuro de nuestros hijos.

Planteó Albert Camus, que el único problema filosófico serio es el suicidio, debido al sinsentido de la vida y el mundo, es decir, a lo único que debe responder la filosofía es: ¿por qué no nos suicidamos? Y quiero extrapolar esta idea a lo que está sucediendo en Honduras.

Lo absurdo de nuestra política nos plantea la pregunta de si vale la pena seguirla, de si vale la pena prestarle un mínimo de atención. Hablo, por supuesto, de la gran mayoría de los hondureños, que lo único que anhelan es tener un trabajo, salud, seguridad, educación para sus hijos y un poquito de esparcimiento.

¿No resulta natural, entonces, que la mayoría no quiera saber nada y desee solamente no pasarla tan mal viendo una película protagonizada por los atractivos de Leonardo Di Caprio y Margot Robbie?

Informarse en Honduras requiere sobre todo de mucho músculo emocional, es que es tan fácil venirse abajo viendo cómo y por qué suceden los hechos políticos en el país. Es que es tan vulgar todo, a veces tan infantil.

Quisiera, amable lector, tener una palabra de aliento para que no disminuya el deseo de seguir viendo el acontecer político de Honduras, pero no tengo otro más que decir que es necesario estar atentos a lo que sucede, porque son nuestros intereses los que están en juego. No miento, es que recuerdo que tenemos un Congreso Nacional parado hace semanas, y literalmente siento náuseas mientras escribo. Eso solamente por darles un ejemplo.