¡Ah, la sabiduría de las abuelas! Mis amistades saben de mi afición por utilizar refranes cuando se presenta una ocasión propicia para ello. En más de una ocasión me he referido a mi buena fortuna de tener abuelas que gustaban de emplear refranes. Los tenían a flor de labio y para todo, para aconsejar, para reprender, para mostrar acuerdo o desacuerdo con alguien o algo. Si no aprobaban una compañía (“quien con lobos anda…”), pensaban que un tema no era de incumbencia (“agua que no has de beber…”) o si querían hacer ver la importancia de esforzarse para lograr una meta (“al que quiere celeste…”).
La lista es interminable y hay hasta dichos contradictorios, por ejemplo, sobre el levantarse con el alba (“al que madruga…” y “no por madrugar…”) o el hablar o guardar silencio (“macho que respinga…” y “el que calla…”). Las matronas sabían cuándo y cómo utilizarlas, casi siempre contundentemente, para dar lecciones sobre un asunto. En la escuela primaria, dedicábamos tiempo para aprenderlos. Aunque eran tareas de la clase de Español, así se ratificaba la sapiencia escuchada en la casa familiar. Entre los ejercicios de lectura y dictado también se agregaron fábulas, que siempre concluían con una moraleja, útil por sus enseñanzas virtuosas.
Los espacios sacros complementaban la lista de adagios con proverbios, profundos en sabiduría y moral. Todas estas sesudas expresiones nos acompañan a muchos desde chicos y, aún y cuando su uso ya no es tan común, perviven en textos y en oportunas menciones, en momentos y lugares insospechados. “Por la víspera se conoce la fiesta” o “se conocen los días santos”, reza un conocido refrán, que significa, ni más ni menos que, así como se prepara una fiesta en sus días previos, se sabe qué ocurrirá en ella. Dicho de otro modo, “por la muestra se conoce el paño”, o a través del conocimiento de una parte se puede conocer el todo.
La conflictividad y falta de consensos previos para tomar ciertas decisiones en el órgano regente de los procesos electorales en el país hacía prever dificultades en la jornada de votaciones, como ha sido patente una vez concluido el ejercicio primario e interno de las tres fuerzas políticas que participaron el 14-M.
Para quienes damos seguimiento de vieja data a estos temas, cabía siempre el beneficio de la duda que se otorga por nobleza y confianza a los individuos que conforman estos entes: no hay razones para dudar de sus buenas intenciones y acciones. Sin embargo, “tanto va el cántaro…”, que era inevitable que algo se rompiera en el ciclo electoral y fue, precisamente, lo que más cuesta recomponer: la confianza. “No hay que llorar sobre la leche derramada” diría una de mis abuelas.
“A lo hecho, pecho”, diría la otra. Con ocho meses por delante, habrá que aceptar errores, aprender lecciones y escuchar consejos para sobrevivir este trance (“necio que sabe callar, camino de sabio va”), dejando de lado excusas e incordios pues “una casa dividida contra sí misma, no prosperará”.