Columnistas

La incorregible utopía

Algo escribí sobre la esperanza de que un día de estos aparecieran algunos políticos, de cualquier partido, o de todos, inesperados, con una actitud conciliadora, poniendo pausa a sus odios para encontrar las coincidencias con sus adversarios, y a partir de ahí, empezar a remendar esta sociedad descosida; me dijeron que era una utopía.

¡Claro que es una utopía! Si recordamos los rostros de los protagonistas políticos que tenemos en el entorno, la desilusión asoma abrupta, aplastante; y si nos adentramos en los sórdidos intereses que rigen los partidos, el desencanto es demoledor. Pero si se puede escribir sobre eso, pensarlo, anhelarlo, es posible conseguirlo.

Imaginemos que unos lo exigimos por acá, otros por allá, es seguro que el reclamo crecerá, porque en el fondo de todos nosotros hay un hastío insoportable por lo que está pasando; entonces, las voces inundatorias, imparables, pueden tomar una fuerza tan incontrolable que arrase con toda la politiquería del lodazal.

Algunos coincidirán en que la misma gente tiene la culpa, y en todos los partidos, porque siguen a los políticos con idolatría, los defienden como si fueran de la familia, y votan por ellos para crear una casta de privilegiados, convencidos de que el ganador se lo lleva todo; pero abajo y en medio, hay unos desencantados que ya se enteraron que les han visto la cara.

¿Recuerdan aquella antigua palabra “democracia” que mucho gustó? La gastaron tanto que ahora es un cascarón vacío, que ya nadie sabe de dónde viene ni qué quiere decir exactamente, y los políticos la repiten incansables todos los días como si fuera un mantra, para nada.

Pues esa palabra “democracia” tenía -tiene- un sentido, antes de que los partidos políticos se convirtieran en sociedades anónimas, por ejemplo, defiende y fortalece la dignidad humana, arraiga el Estado de derecho, reivindica la igualdad de todos, facilita la convivencia y estimula la prosperidad compartida. Se oye bien, ¿cierto?

Es posible que la mayoría de los que participan en política no tengan ni idea de esto; muchos ni siquiera tienen doctrina del partido al que pertenecen: una costumbre, coincidencia, herencia, imitación o necesidad, los llevó a integrarse a un partido u otro; y sin ninguna conciencia ni vocación de servicio, cuando llegan a un cargo, le encuentran otra utilidad a las uñas.

Pues nada, con esas realidades fuimos a elecciones primarias, y como todo sigue igual, ocurrió lo mismo de siempre: divisionismo, acusaciones, señalamientos, injurias, descalificaciones, insultos, amenazas, y -como registra el diccionario- mentadas de madre.

Viéndolo así, es difícil pensar en reconciliación, armonía, entendimiento, aceptación, y le dan la razón a los amigos que lo ven imposible; pero no lo habíamos pensado para este año; el otro, tal vez. Aquí podría ir un emoji de ironía. Canta Serrat: “Sin utopía”.