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La alegría del amor compartido

Este 8 de abril de 2020 se cumplió el cuarto aniversario de la publicación de la exhortación apostólica Amoris laetitia (AL), “La alegría del amor: sobre el amor en la familia”, redactada por el papa Francisco, dirigida de manera particular a “los esposos cristianos y a todos los fieles laicos”. Las palabras “amor, matrimonio y familia” se repiten a menudo en este extraordinario documento pontificio.

Amoris laetitia (AL) se nutre de los frutos sustanciosos de los dos Sínodos sobre la familia celebrados en octubre 2014 y octubre 2015, de las enseñanzas del Concilio Vaticano II y del magisterio pontificio de San Pablo VI, San Juan Pablo II y el papa Benedicto XVI.

AL impresiona por su amplitud y articulación. Se subdivide en nueve capítulos y 325 párrafos. Como se deduce de un rápido examen de sus contenidos, la exhortación quiere confirmar con fuerza no el “ideal” de la familia, sino su realidad rica y compleja. Hay en sus páginas una mirada abierta, profundamente positiva, que se alimenta no de abstracciones o proyecciones ideales, sino de una atención pastoral a la realidad.

AL constituye un llamado al acompañamiento compasivo, con el propósito de que todos lleguen a experimentar el amor y la misericordia de Cristo. Procura presentar una “propuesta para las familias cristianas, que las estimule a valorar los dones del matrimonio y de la familia, y a sostener un amor fuerte y lleno de valores como la generosidad, el compromiso, la fidelidad o la paciencia… (y) alentar a todos para que sean signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se realiza perfectamente o no se desarrolla con paz y gozo” (AL, 5).

El documento es una lectura llena de sugerencias espirituales y de sabiduría práctica, útil a cada pareja humana o para personas que desean construir una familia. Se ve sobre todo que es fruto de una experiencia concreta con personas que saben por experiencia qué es la familia y el vivir juntos por muchos años. La exhortación habla de hecho el lenguaje de la experiencia.

El deseo de amar y ser amado es una parte intrínseca y perdurable de nuestra experiencia humana. Dios ha inscrito en cada corazón humano el anhelo de un amor generoso, que se expresa en el plan divino para el matrimonio y la familia. Este plan plantea un profundo “sí” a la verdadera alegría del amor y nos concede una invitación a experimentar la esperanza cristiana en el amor inagotable de Dios.

La Iglesia reconoce y se regocija en este deseo de amor, que es propio del ser humano, amor que está coloreado de generosidad y sacrificio, como en un joven adulto que discierne su vocación en la vida, en una joven pareja que plena de alegría se prepara para el matrimonio, en una pareja de mediana edad que cría y educa a sus hijos en medio de las presiones de la vida familiar, y en una pareja ya mayor que celebra los años dorados de su compromiso nupcial rodeada de hijos y nietos.

No obstante, no todos los matrimonios llegan a cumplir la célebre frase: “y vivieron felices por muchos, muchos años”. De hecho, en nuestra cultura marcadamente secular de hoy existe un escaso entendimiento de la naturaleza del amor, el matrimonio, el compromiso y la entrega de sí mismo, todo lo cual es parte de la visión católica del amor. Con todo, si bien es posible que la vida que hayan llevado las parejas y las experiencias que hayan tenido les pueden haber alejado del mensaje de la Iglesia, mayor es la urgencia de nuestro llamamiento a darles atención, invitarlas y acompañarlas por una senda que les lleve a encontrar la alegría del amor, que es también el júbilo de la Iglesia.

Con humildad y compasión, la Iglesia desea igualmente encontrar, escuchar y acompañar a aquellos cuya experiencia del amor humano está mancillada por la decepción, el dolor y los obstáculos. En su carácter de instrumento de salvación, la Iglesia ofrece el amor y la misericordia de Dios como la vía segura para llegar a realizar el deseo humano de amor, y camina con aquellos que sobrellevan y tratan de superar las pruebas y las dificultades que con demasiada frecuencia marcan el matrimonio y la familia, como también la vida en general.

Cada cual es parte de una familia, por muy sólida o precaria que sea o haya sido su experiencia con los lazos familiares. Todos los fieles, en virtud de la gracia del bautismo, son miembros del Cuerpo de Cristo, hijos e hijas adoptivos de Dios y hermanos y hermanas entre sí en la experiencia de la Iglesia como familia de familias.

El Papa tiene una interesante manera de fusionar tanto la enseñanza de la Iglesia con la experiencia de esa enseñanza en la vida personal. Ambos son aspectos de la vida eclesial y pastoral. La interacción entre la proclamación de la doctrina y lo que aprendemos de la experiencia vivida fue una de las acciones eclesiales que fueron resaltadas en los dos Sínodos sobre la familia.

Para innumerables personas y familias del siglo XXI, uno de los principales desafíos que deben superar implica las aparentemente interminables distracciones de la cultura popular. Esta cultura de la distracción es capaz de alejarnos de nuestros seres queridos. ¿Cuántas veces hemos visto a una pareja o a un padre o madre y un hijo que pasan “tiempo de calidad” juntos y uno de ellos o ambos miran fijamente las pantallas de sus celulares, “solo (compartiendo) un espacio físico, pero sin (prestarse) atención el uno al otro?”.

En este tiempo de confinamiento familiar a causa de la pandemia del Covid-19, qué mejor manera de aprovechar el tiempo haciendo una “lectura meditada y sin prisa” de la exhortación “la alegría del amor” con la seguridad de que podremos ampliar nuestra visión personal sobre el matrimonio y la familia. El capítulo cuarto “El amor en el matrimonio” ha sido uno de los más leídos por las familias. ¡Recuerda, la familia te brinda la seguridad necesaria para hacer frente a cada obstáculo que parezca insuperable!