Enchute, juego divertidísimo que jugábamos las generaciones que no pasábamos el tiempo embelesado frente a pantallas alienantes, que ahora enturbian la mente de nuestros cipotes tecnológicos con juegos de violencia.
En la tradición vernácula hondureña, y particularmente en el lenguaje político, jugar enchute con alguien quiere decir jugar con él, abusarlo, burlarse, violar su dignidad y aprovecharse de su ingenuidad o debilidad para someterlo a los caprichos del “enchutador”. Por lo general, el que hace el papel del “enchutado” no se percata de que mientras más vueltas lo hacen girar en el aire menos capacidad tiene para zafarse de ese indigno juego.
A JOH, se le atribuyo durante 12 años el grado de gran maestro del enchute; jugó con todas las instituciones incluyendo la Corte, las Fiscalías, pero particularmente, el Congreso Nacional, ese grupito de marionetas que se entregaron sin pudor, en cuerpo y alma, a los desmadres del ejecutivo.
JOH convirtió a los otros poderes del Estado en cómplices conscientes de sus abusos y violaciones a la Constitución y a las leyes. Hoy, esas marionetas no pueden ni asistir libremente a un súper, un cine o un estadio, ni caminar por las calles, sin que los índices acusadores del pueblo los señalen con escarnio y gran dosis de rencor por las lesiones inferidas a este mismo pueblo que en algún momento tuvo alguna onza de confianza en ellos.
El pueblo hondureño acudió a las urnas el 28 de febrero con la fe en que había terminado una época de oprobio. Votó por Xiomara en particular, pero votó, más que todo, en contra de una pesadilla de la cual urgía despertar. Afortunadamente surgió la figura prometedora de una mujer que reunía muchos atributos y un carisma especial, no solo por ser mujer y la segunda en la historia en aspirar a la presidencia de la República, sino por que supo generar para sí, en su rol anterior de primera dama, cierta imagen y simpatía que despertó en el electorado algún entusiasmo y esperanza.
Las promesas de cambio calaron en el pueblo, si bien solo el 50% votó por ella, al momento de salir electa, se despertó en los no simpatizantes un hálito de esperanza, una especie de expectativa favorable, un deseo de que la gobernante triunfe.
Lastimosamente, su partido, sus propios compañeros, de entrada, le meten un autogol. El Congreso ha llenado, nuevamente, de vergüenza al país; lo ha retrocedido, sin misericordia; el mundo ya enfrió su confianza en el nuevo régimen y el pueblo se sumergió en mayor ansiedad frente a un futuro que amenaza con revivir, con más virulencia, el rosario de abusos y violaciones del Poder Legislativo anterior.
El nuevo Congreso, acéfalo por la ambición y el egoísmo de unos pocos, se ha convertido en la daga en el costado de doña Xiomara. Qué lástima, no aprenden, continúan defraudándonos a todos.
En la tradición vernácula hondureña, y particularmente en el lenguaje político, jugar enchute con alguien quiere decir jugar con él, abusarlo, burlarse, violar su dignidad y aprovecharse de su ingenuidad o debilidad para someterlo a los caprichos del “enchutador”. Por lo general, el que hace el papel del “enchutado” no se percata de que mientras más vueltas lo hacen girar en el aire menos capacidad tiene para zafarse de ese indigno juego.
A JOH, se le atribuyo durante 12 años el grado de gran maestro del enchute; jugó con todas las instituciones incluyendo la Corte, las Fiscalías, pero particularmente, el Congreso Nacional, ese grupito de marionetas que se entregaron sin pudor, en cuerpo y alma, a los desmadres del ejecutivo.
JOH convirtió a los otros poderes del Estado en cómplices conscientes de sus abusos y violaciones a la Constitución y a las leyes. Hoy, esas marionetas no pueden ni asistir libremente a un súper, un cine o un estadio, ni caminar por las calles, sin que los índices acusadores del pueblo los señalen con escarnio y gran dosis de rencor por las lesiones inferidas a este mismo pueblo que en algún momento tuvo alguna onza de confianza en ellos.
El pueblo hondureño acudió a las urnas el 28 de febrero con la fe en que había terminado una época de oprobio. Votó por Xiomara en particular, pero votó, más que todo, en contra de una pesadilla de la cual urgía despertar. Afortunadamente surgió la figura prometedora de una mujer que reunía muchos atributos y un carisma especial, no solo por ser mujer y la segunda en la historia en aspirar a la presidencia de la República, sino por que supo generar para sí, en su rol anterior de primera dama, cierta imagen y simpatía que despertó en el electorado algún entusiasmo y esperanza.
Las promesas de cambio calaron en el pueblo, si bien solo el 50% votó por ella, al momento de salir electa, se despertó en los no simpatizantes un hálito de esperanza, una especie de expectativa favorable, un deseo de que la gobernante triunfe.
Lastimosamente, su partido, sus propios compañeros, de entrada, le meten un autogol. El Congreso ha llenado, nuevamente, de vergüenza al país; lo ha retrocedido, sin misericordia; el mundo ya enfrió su confianza en el nuevo régimen y el pueblo se sumergió en mayor ansiedad frente a un futuro que amenaza con revivir, con más virulencia, el rosario de abusos y violaciones del Poder Legislativo anterior.
El nuevo Congreso, acéfalo por la ambición y el egoísmo de unos pocos, se ha convertido en la daga en el costado de doña Xiomara. Qué lástima, no aprenden, continúan defraudándonos a todos.