Ah, mi cuñado! Siempre tuvo historias que jamás le pasaron a alguien. Desde joven era robusto pero de una altura menor a los 1.70 metros. Ya cuarentón, engordó bastante, pero adelgazó varias pulgadas del cinturón, años después. A los 40 era fumador empedernido (desde dos a tres paquetes diarios). Un día cualquiera dijo “a partir de mañana no fumo” y así lo hizo. Pero siempre tosía y eso le obligaba a escupir la mucosidad a derecha o izquierda desde el lugar que estuviese, sentado o parado. No fumó hasta morir.
Desde mediados de los noventa, los dueños de una gasolinera céntrica del pueblo instalaron una galerita cerca del Star Mart de la misma, para que un grupo de amigos de la localidad y de las visitas esporádicas de coterráneos que viniesen de la capital o del resto del país pudieran platicar. En ese alegre ambiente se bebía y comía con tranquilidad. Eran universitarios, en la mayoría ya egresados (doctores, abogados, técnicos de la agronomía, farmacéuticos y otros). Se le llegó a llamar al lugar “el senado”.
Quico tenía un carácter alegre, pero le temían los amigos, porque de una acera a otra podría llamarle a grito partido no por su nombre sino por su apodo. El peor error de un amigo era contradecirle en sus pláticas o discusiones. A ese tipo de personas no hay que llevarle la contraria para evitar entrar a discusiones bizantinas.
En esa época, los homosexuales locales no habían salido del clóset, pero empezaban algunos a mostrarse en público. Su vestimenta, su andar bamboleante y caminando como si no tocasen el suelo, llegaban a la gasolinera, pero solo a comprar e irse de allí, porque eran objeto de burla.
Quico, siempre que uno de los jóvenes homosexuales ingresaba o salía del negocio, gritaba “otro” y todo mundo se reía a carcajada batiente. En una ocasión le dijo a un amigo que estaba en la reunión, al ver entrar a un presunto maricón (pues se rumoraba de su sexo) “ponerle el radar”, pues le había contado que él tenía la sensibilidad de detectar a simple vista a los pajarones. Allí se hablaba de todo. Ahí iban a dar los últimos chismes del pueblo. De política se hablaba también, había adeptos a todos los partidos. Con la caída de “Mel” surgieron varias versiones, hasta aquella de que el alto mando militar en poder de “Mel” estaba asustado y tardaban mucho tiempo en decidir dónde mandarlo o qué hacer con él. A las Islas de Cisne no, porque en cayuco irían a traerlo sus simpatizantes. También de la conducta de algunos paisanos, convertidos en funcionarios públicos de la capital, de todo.
Después de la primera década de este siglo, Quico enfermó, le subieron el precio de las cervezas y los amigos empezaron a retirarse para atender sus actividades de trabajo o de los males traídos por la vejez. Hasta el nombre de la gasolinera cambió porque una nueva corporación de gasolineras había negociado con los propietarios su afiliación. Hoy bajo la carpa, la mayor parte del tiempo se usa para guarecer de la lluvia a varias motocicletas o luce solitaria (continuará)