Columnistas

Hablemos de otra cosa

Ya pasaron los primeros meses, marcados por vítores y aleluyas de parciales, así como por abucheos y ayes de adversarios, cada quien opina tal y como lo pasó en la fiesta y fue evidente que algunos ni fueron convidados. Habrá que acostumbrarse a esta nueva versión de “yo lo hago magnífico, a pesar de aquellos” y “ahora soy yo quien saco la lengua y los pitos como hacían ellos”, que se han venido dedicando sin cuartel oficialismo y oposición, por aire, tierra y mar, por radio, televisión y redes sociales, o todos los flancos, que viene siendo lo mismo.

Como ocurre cada vez que se habla de política, fútbol o religión, los parciales de cada bando no ven mérito alguno en su oponente y exageran lo ejecutado por el otro. Bien se ve cuando un fanático del Motagua se encuentra con un Olimpia o un fundamentalista cristiano con uno musulmán. Salvo excepciones, nada bueno saldrá de estos choques y, dependiendo del día, hora y lugar, se pueden ir al carajo amistades y hasta producirse material de nota roja en el sarao. Así pinta la polarización en estos días de la reinaugurada república, sentimiento omnipresente que invade espacios tan variados como la gradería, Twitter, la pantalla de TV y la mesa del comedor de la casa.

Testigos inmediatos de la historia gracias a los modernos medios de comunicación de masas, hemos presenciado en “tiempo real” y con detalles de lavandero popular desde el desplome del bipartidismo y el ascenso de nuevos movimientos sociales y caudillos hasta la impensada caída de cacicazgos, como suelen decir los opinólogos de ahora. Sin embargo, persiste una sensación edulcorada de déjà vu en todos los sentidos, parecida a la que se experimenta cuando uno empieza a ver una película en un canal de la tele y, con el paso de los minutos, es capaz de adivinar la trama y destino de cada uno de los protagonistas. ¿Vimos la peli en la gran pantalla del cine, nos la contó un amigo que sí fue a una función, leímos un libro similar o, sencillamente, es el refrito de una historia clásica, imposible de camuflarse por más que llamen María a quien sufre como Julieta o Tony a quien se bate como un Romeo?

El recambio de cuadros gubernamentales -que siempre espera al bautizo de un servicio civil basado en méritos- no ha dejado de ser un pasón de escoba, una revisión escrupulosa de censos partidarios y reparto de cartas de recomendación (con lluvia de guijarros adjuntas, si no se cumple el designio). La selección de altos cargos, una combinación de aciertos y desaciertos, justificada con cicatrices de campaña, pañuelos con vinagre y sentadas.

La impaciencia de la base cuenta con su propia versión de la funesta mancha brava, motorizada y con presto hachón de ocote, mientras la nueva élite se reestrena en las páginas sociales y cocteles de embajadas. Las excusas de los que estaban antes son ahora las justificaciones de los recién llegados, con la dispensa de debates y mayorías forzadas que antes eran malas.

Sí, hablamos de otra cosa, pero hacemos lo mismo. Igual la gente tiene memoria corta y nosotros, también.