'Fiasco”: desengaño o resultado adverso en algo que se espera que suceda bien, pero que resulta en fracaso; de allí que los electores hondureños se aprestaron, con expectativa, pero con mucha reserva, a un proceso electoral de las tres fuerzas políticas que se han autoadjudicado el monopolio hegemónico del proceso electoral del próximo noviembre.
Estas fuerzas son los últimos reductos de una clase de dirigentes, que tuvo su auge hace muchas décadas. En Centroamérica, particularmente, desaparecieron hace mucho tiempo o se encuentran en extrema unción como resultado de los cambios radicales en el pensamiento político de la juventud. En nuestra Honduras, es un caso de “muerte anunciada”. El debilitamiento de los partidos políticos antiguos es obvio. La inanición, la falta de modernización, la incapacidad para percatarse de los problemas crónicos del pueblo y peor aun, su incapacidad para generar ideas frescas, reformadoras y encontrar soluciones, están llevando a esta bella y noble nación a ocupar progresivamente los últimos y vergonzosos lugares en el escalafón del desarrollo humano mundial.
Las recientes elecciones son preludio de lo que nos puede esperar. Un recrudecimiento de la crisis y esto aterroriza a los hondureños en sus oscuras pesadillas.
Nuestros conciudadanos enfrentan desesperados el flagelo del hambre, la ansiedad del desempleo, la delincuencia y el crimen organizado, sin excluir, lógicamente, el miedo asfixiante al maldito coronavirus. Las posibilidades de salvar sus vidas con una atención medica eficiente, producto de una estrategia antipandémica, son muy reducidas. La corrupción, la negligencia punible, la incapacidad administrativa son peor que el virus.
¿Qué tienen que ver las próximas elecciones con esta pandemia, esta miseria, este estancamiento económico y esta angustia? Pues que de su resultado dependerá la escogencia inteligente de nuevos gobernantes capacitados y honestos que sepan sacar al país del desastre; sin embargo, vemos una oposición contaminada hasta los huesos por el egoísmo, el narcisismo, la intolerancia y la incapacidad para pasar el examen de ingreso a las grandes ligas de la política moderna.
Nunca hemos logrado entender al elector hondureño, cuando por décadas ha votado favoreciendo a los mismos responsables de su propio infortunio.
“Falta de educación”, argumentan los simplistas; “¡Falso!”, grito yo; entonces nuestros profesionales universitarios con el máximo de la formación académica, hace mucho tiempo hubiesen abandonado las sendas del oscurantismo político partidario y hubiesen transitado otros caminos con posturas responsables y factibles o iniciado nuevas opciones políticas.
Vivimos tiempos borrascosos, con una nación al borde del precipicio y un pueblo desesperado dispuesto hasta a pagar con su vida el encuentro de una tierra de esperanza.
Pueblo, élite educada y pensante, en efecto, solo el pueblo se salva a sí mismo, cuando este elige libre y racionalmente a sus líderes genuinos, responsables y capaces que conocen la ruta hacia la tierra prometida. ¡Hondureños, basta ya!