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Femicidio es un acto de violencia con particularidades específicas que empieza a observarse con más frecuencia en muchos países, especialmente en América Latina, donde en sociedades como la hondureña el tema se está volviendo alarmante, situando al país, en toda la región, en el segundo lugar, después de El Salvador. Para desgracia de la sociedad, seguimos en esa carrera sin obstáculos que nos va situando en esos despreciables últimos lugares casi en todos los indicadores de desarrollo social.

De acuerdo con el Código Penal vigente, incurren en el delito de femicidio los hombres que dan muerte a una mujer por razones de género, con odio y desprecio por su condición de tal. En Honduras, en el 2019 fueron asesinadas 390 mujeres. El 60 por ciento de los casos fue por ataques de sus parejas, exparejas o alguien con quien tuvieron una relación afectiva, según estudios del Observatorio de la Violencia. El femicidio, en algunas naciones, como tema de estudio se está desagregando de los hechos vinculados con los homicidios, pues este último concepto es más general e incluye los asesinatos que se dan en toda la sociedad. Hacer consideraciones de este tipo de crímenes debería ir impulsando una legislación especial, con mayores castigos; no con las penas establecidas en el nuevo Código que se pretende implementar, donde se reducen los castigos para este tipo de delitos.

En una sociedad donde la violencia adquiere altos niveles, atravesando todos los estamentos de la sociedad, siempre hay aquellos grupos de la población que, por cuestiones de clase, etnia, género y otro tipo de factores que condicionan subordinación, son más afectados por el hecho ser más vulnerables. Lo que ocurre con el constante crecimiento de los femicidios y otro tipo de violencia contra las mujeres debería ser motivo de alarma para reorientar las políticas públicas hacia la protección de la sociedad en su conjunto, con especial énfasis hacia la protección de la mujer, no solo por su condición de ser humano, que es causa suficiente, sino también por tener esa doble condición de ser productora y reproductora natural de la sociedad. Los femicidios son indicadores de que algo anda mal en la sociedad, cuando un hombre y una mujer no pueden convivir en armonía es porque hay factores de tipo cultural y de otra naturaleza que muestran el fracaso de toda la sociedad. Si se ha venido considerando que la familia es la célula fundamental de la sociedad, la ruptura de esta ya sea por actos de violencia en su grado más extremo que es el asesinato o por otras formas de violencia, es porque las raíces de la sociedad han perdido su fundamento.

Cuando un miembro de la pareja, en este caso el hombre, actúa en contra de la mujer y le quita la vida, la primera víctima de la sociedad es el mismo hombre que para reafirmar su existencia como tal, recurre a la negación de su pareja o de la otra parte con la cual en algún momento o por toda su vida compartió una relación que prometía y motivaba unidad. Con razón se ha dicho que nadie es más arrogante, violento, agresivo y desdeñoso que el hombre que para demostrar virilidad asesina a una mujer.