Como si no fuera suficiente esquivar los baches en la calle, la malcriadeza en la fila para subir al taxi, la basura en la banqueta, la temeridad del conductor del rapidito y la quejumbre que domina el saludo del vecino, también debe hacerse con la estulticia que ha invadido por doquier los locutorios de la autopista informática. Últimamente, leer redes sociales es un ejercicio de estoicismo gracias a la inundación de “bulos” (fakenews), “troles”, detractores (haters), páginas falsas, entre otros. Atisbar el estercolero en que se han convertido algunos espacios en la web debido a personas ocultas en la anonimia, individuos que plantan cara desafiante y grupos de gente ingenua que repite lo que sea como cotorras, no es agradable y por eso entiendo bien a quienes me han confesado que las evitan para prevenir agruras en ayunas, malos tragos y pesadillas nocturnas.
No tiene nada de malo cuestionar lo que pasa en el mundo que nos rodea. Nunca fue bueno acostumbrarnos a las injusticias y menos a las ráfagas de ametralladora en las noches y cercanías, a las inundaciones recurrentes en los barrios, a los llantos trágicos de los habitantes de cuarterías, a las muertes por enfermedades endémicas en una sala de emergencia, al latrocinio que no conoce de bandera ni ideología política. Tampoco estuvo bien hacerse los desentendidos de todo y sufrir únicamente por el resultado favorable del partido de fútbol del equipo favorito, trabajar para comer y dormir a pierna suelta, sin pensar en legados diferentes a la trascendencia genética en nuestros hijos y nietos.
Los medios electrónicos de la actualidad hay que cuidarlos y defenderlos, pues son herederos de una tradición de libertad de expresión que haría las delicias de John Stuart Mill, personaje contrario a la censura en todas sus formas. Transmitir noticias, denunciar injusticias, superar los límites impuestos por quienes controlan las grandes corporaciones es una valiosa oportunidad accesible a la mayoría a la distancia de un clic. Y es más que bienvenida cuando se hace de frente y en buena prosa, respetando la verdad, la nobleza del oficio periodístico y la responsabilidad ciudadana. El escapismo ante la información de este tipo no es sano. Cuando éste se practica, más tarde o más temprano, nos visitarán sus secuelas (aunque se migre a otras latitudes) y se manifestarán ante nosotros o nuestros afectos dejados atrás.
Todos los días leo y ausculto redes sociales. Oteo, escucho y sigo distintas cuentas para entender mejor lo que pasa y nos rodea, incluso aquellas que no me gustan, que se contradicen unas con otras, las que me parecen ofensivas, las que mienten. Y también escribo, publico, posteo y reenvío información cabal, confiando en que, sumando esfuerzos con otros, nacerán flores en el estercolero.