El sistema político de Honduras ha estado marcado por el predominio de los partidos tradicionales. El siglo XX y lo transcurrido del XXI han sido escenarios casi exclusivos para los partidos Liberal y Nacional. En el periodo reciente, se agregaron dos protagonistas (Libre, y Nasralla con sus dos partidos) que entraron al escenario a disputar importantes cuotas de poder con el bipartidismo tradicional. En términos muy realistas, estos nuevos actores aún están envueltos en el soliloquio de “ser o no ser” parte del tradicionalismo.
Como efecto colateral, se han debilitado los partidos o agrupaciones pequeñas surgidas en los años 70 y que, de acuerdo a las diferentes coyunturas las identificamos con términos optimistas o descalificadores como los siguientes: partidos “emergentes”; “alternativos”; “minoritarios”; “no tradicionales”; “acompañantes”; “rémoras”; “de maletín”; “bonsái”; “bisagras”, etc.
El surgimiento de los partidos “emergentes” o “alternativos” fue presentado e interpretado -en varios momentos históricos- como una esperanza de cambio, al menos por una parte importante de la población. No obstante, transcurrido un tiempo (más de medio siglo) y después de varios procesos electorales, estas esperanzas se fueron desvaneciendo por la escasa y cada vez más raquítica votación obtenida particularmente en el nivel de las candidaturas presidenciales.
Al no lograrse una buena votación a nivel de candidatos presidenciales había que buscar un “reducto” en los escaños del Congreso Nacional tratando de aumentar la participación en ese poder del Estado. Fracasado también ese intento, hubo que buscar el último reducto, aumentando la cantidad de miembros en las corporaciones municipales (alcaldes y regidores). La debilidad de las candidaturas presidenciales de los partidos pequeños se reflejó también a nivel municipal. A manera de ejemplo, en los comicios generales de noviembre de 2021, de un total de 298 presidencias ediles (alcaldes y alcaldesas) únicamente lograron ganar en 7 de ellas que representan un 2.3% del total del país.
La exigua cuota de poder a nivel de los cargos de alcaldes o presidentes municipales se confirma también con el reducido número de regidores o miembros de corporaciones. De un gran total de 2,132 cargos de regidor a nivel nacional, apenas se sumó -en conjunto- unas sesenta (60) posiciones que significa un 2.8% de ese total. Esa precaria participación en los gobiernos locales se refuerza también con la casi nula cuota en el parlamento; mientras en los procesos de 2001 y 2005 se alcanzó a contar con 12 diputados, en los comicios de 2021 apenas se tiene 2 escaños de un total de 128, que apenas equivale a 1.6% (ya no alcanzan siquiera a ser “bisagras”). Esas 60 posiciones de regidores municipales se repartieron entre 11 agrupaciones partidarias (sin tomar en cuenta candidaturas independientes o alianzas); lo que comparado con las cuotas logradas en comicios anteriores (especialmente 2009, 2013 y 2017) evidencia el estancamiento y el extremo debilitamiento de los denominados partidos pequeños tanto los de reciente aparición como de los más antiguos en el escenario electoral.
Como dato representativo y siempre en balance histórico, en los comicios de 2013 los 5 partidos pequeños (antiguos y nuevos), es decir, Pinu, PDCH, UD, Faper y AP lograron en conjunto, apenas un 0.6% de la votación presidencial, quedando muy lejos de aquel 3.5% logrado por un solo partido conducido por el Dr. Mandofer en abril de 1980. Entonces, se acaban los reductos para los pequeños, mientras los grandes viejos y nuevos les succionan las pocas y últimas cenizas.