Columnistas

El precio del jengibre

En alguna parte dijeron que un té de jengibre, limón y clavos de olor; endulzarlo con miel, mejor; tomado a ciertas horas del día, dos o tres veces; algo caliente, sin que llegue a quemar, era el remedio eficaz, infalible, incontestable en contra del coronavirus, que hace un año ya parecía indescifrable, imbatible.

En tiempos tan oscuros -canta Sabina- nacen falsos profetas, y la receta de la mágica infusión, de sabor acre y picante, irrumpió veloz en ese vicio de redes sociales; poco valieron las voces de la ciencia de esperar medicina y vacuna; la gente se desbocó a comprar el jengibre que pudo y tomar el té que le cupo.

El mercado, con su atenta frialdad y al acecho, activó su mecanismo insaciable para aumentar ganancias: primero, escaseó el jengibre, y luego fue ajustando los precios a la angustia de las personas, de 20 lempiras que costaba la libra de este rizoma, pasó a 50, 100, 150 y hasta 180. Todavía hoy -con la euforia contenida- cuesta hasta 43 lempiras.

El precio del jengibre y su inconmovible aumento es solo una muestra de cuando el Estado, relegado por el mercado, carece de controles de equilibrio, del importe justo, alentando la inquietud social, al estrés ciudadano y -a la larga- sociedades explotadas, desencantadas, infelices.

Entre abril y junio de 2020, una mascarilla KN95 costaba -pongamos- 200 lempiras; decían que eran las mejores, y se podían usar hasta ocho horas; con el confinamiento la gente apenas salía un rato de casa por víveres y medicinas; las lucían como si fueran zapatos nuevos, y las guardaban para ponérselas varios días, y ahora todos hacen ascos a esa idea; hoy cuestan 15 lempiras.

Cada mascarilla quirúrgica costaba 35 lempiras; dudosa al principio, pero cómoda y práctica, ganó preferencia; ahora en la calle cuesta un lempira y en cajas de 50 unidades; la desgracia de reparar el cordón si se rompía o que un inesperado estornudo la dañara, solo significa ponerse una nueva.

Y los aprensivos exámenes del covid-19, de los que ya hemos hablado antes, llegaron a costar hasta 5,000 lempiras en un laboratorio privado; así que después del traumático registro de la nariz con un hisopo, llegaba la prohibitiva factura; muchos todavía las están pagando a plazos; ahora se consiguen por 600.

Llegamos al final de la cadena del miedo por el maldito coronavirus: la atención médica. Con los centros de triajes y hospitales públicos desbordados, muchos buscan a los médicos en sus clínicas privadas, para descubrir desconcertados que los que cobraban 1,200 por consulta, ahora piden desde 3,000 hasta 10,000 lempiras, con la excusa del riesgo.

Hay quienes pudieron pagar medio millón por unos días en un hospital privado, y los que se complicaron y fueron a UCI, entre tres y cuatro millones, y algunos hasta fallecieron.

Si seguimos así tendremos que regresar al tecito de jengibre, ahora que el precio podría volver donde debió estar siempre, en lo justo.