Columnistas

El peso de la costumbre

Siendo oriundos de la ciudad, la decisión familiar de trasladarnos a la campiña implicó para nosotros habituarnos a cálculos y mediciones que escaparon de las buenas intenciones de las regulaciones de pesos y medidas establecidas por don Policarpo Bonilla.

Comprar leña demanda saber cuántos palos trae una carga (60), del mismo modo que pagar una tarea de trabajo requiere saber que esta equivale más o menos a la extensión de quince varas cuadradas. Todos los predios en el barrio están medidos en varas cuadradas y aunque se conoce bien la equivalencia moderna (1 vara es 0.835 m), no es detalle menor que en la madre España la vara equivalía a tres pies lineales. Y qué decir de las leguas (entre 4 y 5.5 km) que usan mis vecinos para indicarnos la ubicación “exacta” de algún rancho, quebrada o poblado.

No ha sido un problema del sistema educativo: quienes fuimos a la escuela aprendimos a utilizar el sistema métrico decimal y sus unidades. Sin embargo, previendo las dificultades que encontraríamos, también se nos enseñó a convertir centímetros en pulgadas, se nos aclaró cuántas pulgadas tiene un pie y, por necesidad, supimos de yardas por si tocaba ir a comprar telas y de manzanas por si debíamos encontrar direcciones. Se nos preparaba pues de antemano a lo que enfrentaríamos: a la permanencia de usos y costumbres profundamente arraigados en la vida diaria, particularmente la comercial, en la que debíamos contar decenas y docenas, arrobas, quintales y, hasta fracciones pues muchos productos de consumo popular también se siguen mercando en medias, cuartos y en octavos (como el aguardiente).

El problema no es exclusivo a nosotros: en plena euforia revolucionaria, los franceses que crearon el sistema métrico decimal, se propusieron cambiarle nombres a los meses y días de la semana, en atención a fenómenos naturales (lluvia, nieve, vientos) o de la agricultura (semilla, fruto, cosecha). El golpe de Estado que sirvió de entrada a la historia de Napoleón Bonaparte no fue notado en la fecha del calendario usual para todos (9 de noviembre de 1799), sino en el “18 de Brumario”. Finalmente, este almanaque republicano no pudo mantenerse, porque la costumbre de siglos se impuso a la intención de los animados legisladores.

Ciertamente nos ahorraríamos muchos problemas si se hiciera un esfuerzo serio por imponer el uso del sistema métrico decimal “obligatorio” desde fines del siglo XIX: hay mucho de arbitrario, por ejemplo, en atenernos al ojo del vendedor que define el valor de los huevos o las frutas por “su tamaño” o presentación (“una mano de plátanos”), cuando una báscula y el peso por kilos dejaría poco lugar al desacuerdo. La “lata de café” podría tener un peso estandarizado que evitara el abuso de los patrones a la hora de pagar a los corteros y lo mismo podría decirse de otras faenas de campo.

No es irrelevante: todos quienes jugamos canicas (“maules”) sabíamos que quién tenía manos grandes, llegaba más lejos con sus “cuartas” (distancia entre el pulgar y el meñique). Y ahí donde existe la costumbre de dar ventajas para unos, se sabe que habrá injusticia para el resto.