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El cuento de terror de la marginalidad

Si pensamos, antes que en el concepto, en la palabra “marginalidad”, esta nos remite a orilla, a frontera. Lo que está próximo a salir o próximo a entrar. Quiere decir que se ha trazado una línea segregacional. ¿Fuera de qué está quien vive en marginalidad? ¿Al límite de los derechos fundamentales del hombre? ¿Al límite próximo a salir? ¿Al límite próximo a entrar? Yo creo que el segundo en la mayoría de los casos.

Se debe entender entonces que quien queda en el centro es el no marginal. En otras palabra, el mundo está pensado para los hombres y las mujeres del centro. Habrá notado usted que me vi obligado a calificar al ser humano en posesión de sus derechos en antítesis de las personas de la marginalidad (como no marginal). La obligación me surgió de una idea convencional: la negación, el adjetivo, el prefijo se le añade únicamente a lo extraño, a lo otro, a lo desconocido, a lo que normalmente no está en la cuenta.

La idea de marginalidad, y más allá, la clasificación marginal existe no por una razón literaria ni anecdótica, ni siquiera para hacer academia. La razón de la existencia de esta calificación es práctica, al menos en teoría. A partir del saber de la existencia de una marginalidad se deben crear políticas para que esta deje de existir, reducirla o al menos darle otro cariz. Si no, sería como ir al médico a que nos diga que tenemos gripe o una infección y no hacer nada por intervenirla.

La marginalidad no solamente es económica, también tienen una dimensión ecológica, geográfica, psicológica, social, cultural y política. Todas en interdependencia, por supuesto. Este conjunto de dimensiones desembocan normalmente en la inactividad o la inercia. Es decir, que las personas son dominadas por las situaciones y el contexto. En esta situación, entonces, no se es culpable y creo que tampoco víctima. Y es aquí donde comienza el cuento de terror.

Una de las maneras más simples de generar terror o drama en la literatura, por ejemplo, es colocar al personaje en una situación que no pueda controlar. Le tememos a lo que, por cualquier razón, está fuera de nuestro margen de acción. Bastaría con que le dijera que la Vía Láctea puede ser engullida por un agujero negro en cualquier momento significando eso el final de la historia para quitarle un poco el sueño. Afortunadamente no es así.

La marginalidad sería entonces, además, encierro y abandono. Y creo que tiene una de las características propias del Universo: se expande. El tiempo, la vida le juega en contra, cada vez está más lejos de ese margen. En algunas ocasiones es posible que ya no se pueda ver centro desde la remota periferia.

El peor escenario posible ya no es que el sistema social no esté pensado para la marginalidad, sino que ya no esté dentro de al menos alguna línea de acción (el asistencialismo no es una). Todo sería, entonces, más salvaje, más inerte, más insalvable.

A todos nos convienen que lo marginal se vuelva hacia el centro, que esa línea inhumana desaparezca. Pero es posible que muchos aún no lo entiendan de esa manera. Quizá simplemente no pueden, quizá simplemente no quieren. No se pueden vivir en un cuento de hadas si al lado hay un cuento de terror. El caos de un lado terminaría rompiendo con la fantasía del otro. Se trataría en ambos casos en una historia de supervivencia. Tal cual la nuestra.