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Dios, la religión y la política

El Estado moderno, al menos como lo concebimos en el mundo de occidente, es un Estado laico, esto como fruto de muchas coyunturas históricas que han encaminado a que lo pensemos de esta manera. No siempre fue así, y de hecho la restricción a la religión dentro del ámbito político tiene relación con los gobiernos teocéntricos comunes en el mundo antiguo, y aún hoy en nuestros días en algunos lugares.

En la Edad Media, por ejemplo, cuando predominaba la monarquía como modelo de gobierno, se decía que el rey era puesto por Dios o que era al menos un deseo divino que lo hubiera, eso daba lugar a que fuera una sola voz la que se impusiera en las decisiones que afectaban a los miembros de una comunidad. Se hereda esta visión de la visión judía en la que el rey también era elegido por Dios. Y esta forma de elección era común en las culturas vecinas. Del mismo modo en muchas otras culturas antiguas existió una íntima relación entre lo político y lo religioso, en varios casos, siguiendo la idea judeocristiana que se ha planteado anteriormente.

¿De dónde viene esta necesidad de separar lo uno de lo otro? La respuesta puede tener varios incisos. En primer lugar, una idea teocéntrica y de elección divina, se contrapone a la idea de la democracia, y no es que se crea que si un cuerpo religioso quiere participar el política es porque quieren crear un gobierno teocéntrico, sino que si la democracia se entiende que va más allá de las urnas se previene con ello todo tipo de totalitarismos. Y con esto no quiero decir que la propuesta de crear un partido político integrado por hombres de religión en el país tenga alguna pretensión totalitaria, sino que hay que recordar que la ley se crea para el infractor, no para el que la respeta, a pesar de que la mayoría sí la cumpla.

En segundo lugar, lo religioso no es igual a Dios. En el origen de la palabra religión existe el sentido de relacionarse o volver a lo divino, es decir, que es el hombre, con todas sus debilidades y sus flaquezas, quien busca o responde a Dios. Si se entiende así, no hay razón para esperar la perfección de un acontecimiento humano, ni en sus propias actividades ni en el ejercicio del poder. Digo esto porque se podría argumentar que, si Dios es bueno, ¿por qué no dejar gobernar a “los suyos”?, ¿no estarían más cerca del bien? La particularidad moral no difiere mucho del resto de ciudadanos y la capacidad tampoco, el problema es la concepción que tenemos del Estado y el valor histórico que su ejercicio religioso tiene en la concepción de este. Por otra parte, es necesario decir que una de las venas más sensibles para los pueblos latinoamericanos es la filiación religiosa, y que, aunque el pueblo cristiano en definitiva tiene muchas discrepancias entre todas sus denominaciones. Considero que no es necesario llevar estas diferencias religiosas al ámbito político, suficientemente dividido está ya. Claro que si nuestras sociedades encarnaran los valores que se proponen desde la religión, muchos problemas se solucionarían, sin embargo, no es necesario ser un líder espiritual para vivir unos valores que encaminen a que las sociedades sean mejores. Es tarea finalmente de cada uno. Del mismo modo, desde la religión, sin necesidad de intervenir en política hay muchos que han hecho el bien a los que los rodean.