Una librería familiar anunció su catálogo en internet, con envíos a todo el país; los títulos variados de siempre: García Márquez, Isabel Allende, Dickens, Poe, Stephen King, Tolkien, Saramago; pero lo más sugestivo fue la oferta de tres libros por 400 lempiras ¡más de 500 personas preguntaban por envíos a Tegucigalpa o San Pedro Sula, o por otros libros y autores!
Bajo el control constrictivo de estos nuevos dioses de las redes sociales, cuando entré en esta página para ver libros, el avatar construido a mi imagen y semejanza por kilómetros de cables y servidores en friísimos almacenes, me conectó con otra y otra librería virtual, y todas tenían muchos clientes potenciales.
Como toda catástrofe, la pandemia transformó la cotidianidad alienante, muchas costumbres cambiaron y regresaron otra extraviadas, como los libros; aunque no se puede decir que deja algo bueno, porque hay muerte y ruina. En Honduras no hay mediciones, pero otros países registran un ilusionante aumento de la lectura hasta en un 50 por ciento.
Cuando el coronavirus nos encerró con su amenaza y miedo, la tecnología iluminó omnipresente con sus pantallas; pero también con su impertinencia, porque al estar conectados nos sentimos vulnerables, vigilados, controlados, abrumados; solo el libro devuelve la sensación de privacidad, el aislamiento de las emociones, la singularidad, apartarse del montón.
Antes de la pandemia, mi amiga Alejandra alternaba trabajo y familia con algún tiempo para leer, pero en la cuarentena no paró, uno tras otro; aunque Javier Reverte no la entusiasmó, o Murakami no la sorprendió, leyó a Conrad y quiere volver a Orhan Pamuk... dice que ya no puede estar una semana sin lectura, es una necesidad urgente, un vicio, como el café.
Me cuentan, en las pocas librerías que tenemos en el país, que desde que se reabrió todo notaron renovados ánimos con los libros, fervor, incluso muchos jóvenes llegan resueltos en la búsqueda de ciertos títulos, y no falta quien encargue alguno para que se lo traigan del extranjero.
Ojalá que muchos descubran y otros redescubran la fascinación del tacto de un libro, la sensación de tenerlo en las manos, el olor que cambia con los años, ordenarlos en el librero -que es una forma de crítica literaria- y entrar en sus páginas de mundos sorprendentes, ilustrativos, mágicos; si así fuera, la Honduras que tendríamos no sería la que conocemos.
Hoy no es un día cualquiera -no debería- unas horas menos, una semana más, un 23 de abril murieron Miguel de Cervantes y William Shakespeare, en 1616; con eso en mente, y para promover la lectura y la industria editorial, la UNESCO, que pertenece a la ONU, declaró el Día Internacional del Libro.
El libro salió al mundo a pie -de Grecia y Roma- hace 30 siglos; no lo han parado pestes, guerras, oscurantismos, indiferencias; lo persiguieron, prohibieron, censuraron, quemaron, y sigue tan vivo.