Después de la demostración de grandeza cívica del 30 del noviembre, los y las hondureñas solo tenemos la opción de cuidar la voluntad popular manifestada en las urnas. Honrar la fe catracha en esta democracia imperfecta es deber ineludible, prioritario a cualquier afán partidario que la contradiga. Cada ciudadano que votó, visibilizó su vocación patriótica.
Como en medio de la tensión social y las amenazas constantes al republicanismo siempre piensa su vida en un sistema democrático. En ese domingo no se dio uno más de otros actos electorales, fue la confirmación de que estamos determinados a definir nuestro futuro con dignidad y en paz.
Queremos vivir en libertad y en orden. Es por eso que devenimos obligados todos, ciudadanía y estamento político, a proteger cada uno de los votos, cada una de las marcas con crayón que hiciera cada votante. Que no exista ninguna duda que tal o cual resultado es el que determinó el electorado.
Solo con legitimidad afianzaremos nuestra democracia. La transparencia total debe ser la garantía del ganador y que los perdedores sientan que lo son en buena lid. Todos debemos estar convencidos de que ganaron o perdieron en una competencia sin autoritarismos ni imposiciones.
Nuestra democracia se ahogaba, estas elecciones la oxigenan, la rescatan de los peligros que enfrentan naciones fracturadas. Pero es de insistir, nadie debe sentirse atropellado en sus derechos. Un ideal alcanzable, solo es asunto de buena voluntad: respetar la decisión colectiva. Si quedamos heridos, si seguimos hiriéndonos, no avanzamos. La polarización debe detenerse ya. Demasiado daño ha causado. Fueron elecciones no campo de guerra.
No podemos continuar los políticos en enfrentamientos estériles y con ellos creando desesperanza en nuestros jóvenes. Cada papeleta que se requiera volver a contar, hay que hacerlo, que no quede ninguna duda sobre los resultados. La transparencia electoral es vital para la unidad. Y de aquí en adelante la unidad será todo.