Es una cifra que expresa el grado de inteligencia de una persona y se determina midiendo su edad mental en relación con su edad física. El CI se calcula mediante pruebas adaptadas al nivel sociocultural de la persona examinada; en otras palabras, partiendo del grado de inteligencia al nacer, las personas van enriqueciendo su intelecto no solo porque crecen físicamente, sino porque se van cultivando académicamente, ampliando sus relaciones sociales, su creación de valores y su deseo de superación.
Se dice que los genios sobrepasan por mucho el CI de la población promedio que oscila entre los rangos de 110 a 119, los deficientes mentales navegan en los rangos entre 70 y 79. Por lo general, podemos entonces deducir, que las personas con más altas puntuaciones de CI, ostentan un mejor nivel educativo, permitiéndoles, por consiguiente, ocupar funciones de mayor responsabilidad, más prestigiosas y con acceso a ingresos económicos superiores, en comparación con personas de puntuaciones bajas. Una persona con un CI de 130, se considera superdotada, y si supera los 155 es considerada una persona de inteligencia superior.
Se debe tener sumo cuidado en adjudicar inmerecidamente, grados de inteligencia a personas que se caracterizan solamente por ser sagaces, listos, oportunistas, carentes de escrúpulos y de valores, creyendo que estas características son suficientes para atribuirles funciones de liderazgo y altas responsabilidades al frente de empresas, de núcleos familiares o de sociedades en general, pero sobre todo, ponerlos al frente de la administración del Estado.
En Honduras, debemos entender que solo aquellos funcionarios de alto nivel intelectual, cuyas actuaciones serán el reflejo de su alta capacidad mental, son capaces de conducir esta sociedad por los senderos del desarrollo humano. Las personas no son inteligentes solo en un ramo de sus actividades, la inteligencia debe ser completa y debe reflejarse en todo lo que se hace. Solo los brillantes saben donde está la luz y, por consiguiente, cuál es el sendero correcto. Quienes, no obstante, haber transitado aulas universitarias se dejan vencer por el sectarismo político, el fanatismo religioso o la obcecación ideológica, probablemente jamás lograron superar ese CI de 79 que los clasifica como deficientes mentales.
Los últimos acontecimientos domésticos e internacionales han revelado que, en nuestro patio, demasiados funcionarios se atribuyen el derecho de hacer manifestaciones contrarías al sentir y pensar del pueblo; si bien es cierto, en el campo internacional las relaciones son dirigidas por la presidencia de la República, también es innegable que estas relaciones deben obedecer al pensamiento nacional. Navegar en contra del consenso mundial es demostrar una torpeza imperdonable y una ofensa al pueblo que se dice representar. El caso específico del apoyo a la tiranía madurista, en Venezuela, es una demostración de que, la soberbia, mezclada con la obcecación, nos convierte en un hazmerreír continental, en un pueblo merecedor de lástima.
Bailar tango con Maduro, es exponerse a que te corran de la fiesta.
