Columnistas

Bravucones y vagos mandan en la UNAH

Por enésima vez en menos de una semana la rectora universitaria Julieta Castellanos quedó como inepta al no poder evitar que un minúsculo grupo de bravucones enmascarados se tomara las calles y los portones de acceso al alma máter dejando sin clases a más de 80 mil estudiantes. Castellanos está sitiada por pinches vagos.

No cabe duda que la mandamás de la UNAH está vencida por el caos impuesto por presuntos alumnos que pelean sus “derechos humanos” afectando los del pueblo.

Miles de educandos se quedan sin clases, pierden el semestre mientras en las afueras crean un tráfico vehicular infernal y paran el comercio de la zona provocando millonarias pérdidas.

Tras las tomas surge un sinfín de problemas más. La Policía no tiene otra salida que usar la fuerza moderada para desalojarlos y, en caso extremo, capturarlos. Empero, su arresto genera otro chorro de críticas y reclamos por parte de cuerpos de “derechos humanos” que piden respeto a sus vidas, pero olvidan la de miles de inocentes ajenos a su anarquía.

La más reciente fue una batalla campal. Los encapuchados están enfadados por el castigo de tres “compañeros”. Son amantes del molote. Hieren personas, dañan la UNAH, carros particulares y de la autoridad, manchan paredes, queman llantas y le meten fuego a las calles, entre un sinnúmero de perjuicios. En cambio, los ofendidos son los vándalos.

Olvidan que los más de 80 mil estudiantes vienen de hogares pobres, integrados por albañiles, tortilleras, mecánicos, labriegos, costureras (os), de vendedores ambulantes y de los mercados. Así funciona el sistema en Honduras. El pobre jode al pobre.

Un grupillo de malos “universitarios” urge respeto, pero viola la libre locomoción y el derecho a la paz de las masas.

¿Qué dirán los padres de estos angelitos que aterran?

Ilógico que diez mozalbetes sean maestros del desorden y doctores en desolar la esperanza de aquellos comprometidos con la educación.

El Observatorio de la Violencia de la UNAH, que tanto riñe el crimen callejero, debería calcular el costo social de la masacre académica hecha y tolerada desde sus pasillos.