¿Atrapados en Anchuria?

William Sydney Porter, alias O. Henry, huyó en 1896 a Honduras, inspirando su obra “Repollos y reyes” y dejando una herencia que aún enfrentamos hoy

  • 27 de junio de 2025 a las 00:00

Cuando William Sydney Porter huyó en 1896 desde Austin, Estados Unidos, hacia Honduras, no podía imaginarse que su estancia de siete meses en el puerto de Trujillo serviría de inspiración a su antología “Repollos y reyes” (Cabbages and Kings), uno de sus libros de cuentos más renombrados. Tampoco podía anticipar que su descripción del ficticio país de Anchuria bautizaría a su lugar de refugio y otros territorios con similares características como “repúblicas bananeras”, mote con el que infortunadamente se suele identificar a nuestra tierra.

Porter, mejor conocido por su seudónimo O. Henry, supo capturar en sus líneas la esencia de la inestabilidad política, atraso, pobreza, corrupción, irrespeto por las leyes y dependencia del monocultivo de las bananas que sostenían a la “pequeña y marítima república” en que se guarecía, todas ellas favorecedoras del control autoritario de dictadores, avalados por empresas extranjeras y sus gobiernos. Trascendente por su magistral talento literario, O. Henry destacaba por su habilidad para describir su época y circunstancias, y, especialmente, por sus giros narrativos que siempre eran “rematados” por creativos finales. Su legado artístico, no obstante, también nos “lastró” a los “anchurianos” con una negativa herencia que, más de un siglo después, luchamos por extirpar física y mentalmente.

La inestabilidad política que el cuentista narró sigue campeando en aquestos lares: no hay día que no se acerque un ciudadano a preguntarnos si habrá elecciones, si estas serán confiables o si los llamados a garantizarlas actuarán según ley y conciencia. ¿Acaso hay mejor evidencia de la inestabilidad que la falta de certidumbre institucional? El atraso y la pobreza no han sido paliados contundentemente, por más que voceros de profesión lo aseveren haciendo malabares aritméticos. Y qué decir de la corrupción, “derogada” por decreto, aunque sobren evidencias grabadas en alta definición por sus protagonistas. Del irrespeto por las normas, se puede escribir volúmenes, aderezados por “sabios” argumentos de propietarios y asesores de sala y curul, cuyo color de escarapelas y manifiestos partidistas apenas cambia por efecto de la luz y gama cromática, más no en esencia y naturaleza.

La dependencia económica de un solo producto y el autoritarismo han sido mínimamente sustituidos -una docena de décadas después- por la atadura a un monomercado y al alto porcentaje de ingresos remitidos con hartos sacrificios por personas que, al igual que O. Henry, debieron emigrar forzadamente. Y en cuanto al autoritarismo, si bien no hay “dictadores” como aquellos de charretera y quepí (que tanto añoran algunos), seguimos sometidos a un caudillismo de sombrero, vacío de propuestas, pero pleno de consignas que se repiten ad nauseam en la majada.

Hoy, la mirada fría del fugitivo norteamericano persiste, mientras seguimos a la espera de “un final a lo O. Henry”, uno sorpresivo e imprevisto, pero digno de ser contado a nuestros descendientes.

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