Columnistas

En agosto del 2018, el Sistema Quacquarelli Symonds (QS World University Rankings) ubicaba a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras entre las 200 mejores universidades de Latinoamérica, en el 191-200.

Que estaba entre los 385 centros de educación superior evaluados a nivel mundial. Considerando que venía de ocupar el puesto 246 solo dos años atrás, en el 2015, resultaba esperanzador como admirable, el enfoque y marcado esfuerzo de las autoridades de entonces para revertir la declinación constante a la que se sometía a nuestra alma máter y la de muchos.

Por su parte, otra prestigiosa institución medidora de la calidad educativa, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España presentó los resultados del Ranking Webometrics, realizado por en esos mismos días, en el que destacaba a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) como sobresaliente en el uso de la tecnología en el área definida entre Centroamérica y el Caribe.

La colocaba en el puesto 71 de 1,275 instituciones de educación superior evaluadas. Logro sobresaliente.

En nuestro país, había sido siempre la mejor evaluada y se entendía que su mejora continua era determinación oficial.

Quedaba entendido que ya no se permitirían el abuso de intereses particulares predominantes en lo que debe orientarse a la superación de lo que es un bien nacional.

Que eso era asunto del pasado. Pero ahora, en febrero 2019, en un manejo suspicaz de la información, rayando en la desinformación, se destaca que la misma institución, QS World University Rankings, ubica a nuestra UNAH entre las 300 mejores universidades de Latinoamérica, en el puesto 283.

Algo no está bien.

La buena voluntad de la actual rectoría ha sido insuficiente. Imposible evitar comparaciones. Se añora la determinación de Julieta Castellanos y la entrega de Leticia Salomón, más allá de su deber, a promover la investigación científica, fundamental para escalar posiciones en esos espacios.

Algo hay que hacer.