Columnistas

Cuenta regresiva

Fueron las películas de cine y las series de televisión sobre espías las que nos acostumbraron a ver peligro en un cronómetro con una cuenta regresiva.

Los lanzamientos de vehículos espaciales también anunciaban así la inminencia de su despegue y muchos de nosotros utilizamos este conteo al jugar escondite para avisar que pronto empezaríamos a buscar a quienes se ocultaban.

5, 4, 3, 2, 1... La pantalla mostraba la regresión numérica y deteníamos la respiración, ansiosos por saber si el héroe lograría desactivar la bomba. Nuestras pulsaciones aumentaban su frecuencia con el auxilio de música de fondo in crescendo, hasta llegar al clímax de la escena, que usualmente era desfavorable para el villano (Bond, James Bond, nunca perdía su existencia o los brazos en contratiempos de ese tipo).

En las historias de ciencia ficción son frecuentes los argumentos en que se agotan los plazos de la humanidad para cumplir las exigencias de una especie extraterrestre; aunque no haya una clepsidra que se va quedando sin arena, los espectadores saben que de no ocurrir nada especial (la intervención de un milagroso salvador externo), el fin del planeta Tierra está garantizado.

En la vida real hay conteos así. Un médico que le dé la noticia de un cáncer terminal a una persona o sus parientes más cercanos, sabe que detrás del pronóstico de vida pendiente hay una dolorosa resta de años y meses, de alcance incierto y resultado inevitable. El tiempo que resta para una deportación o el pago fatal de una deuda tienen efecto similar, algo que sin duda conocen todos aquellos que aguardan en el corredor de la muerte la aplicación de su pena capital. Tic, tac, tic, tac... Las horas y los segundos pasan, sumando, pero en negativo.

La predictibilidad en la política no tiene esta lógica. Cuando el ahora exgobernador de Puerto Rico, Ricardo Roselló se presentó como una opción de cambio en la isla, jamás pensó que su prometedora carrera política tendría las horas contadas. Nadie podía saberlo, aun entre sus allegados que compartían infidencias en una conversación privada. Pero las mitológicas Furias ya habían dictado su sentencia y solo habría que esperar.

Los hechos que se han revelado en las últimas semanas en las noticias han provocado más incertidumbres que certezas entre los observadores de nuestra cotidianidad. Las influencias de redes ilícitas en la actividad política nacional era un secreto a voces desde hace décadas, convenientemente silenciadas por un instinto de autopreservación más que comprensible. Había entonces un espacio reservado en las entrevistas con cualquier líder político y social, en el que se apagaban las grabadoras y se hablaba “off-the-record” del gran elefante presente en el cuarto. Y todos sabían de qué colores era el enorme
paquidermo. (continuará).