El camino del sacrificio conduce al éxito.
La escuela Juan Lindo de la aldea El Oro, en el norte de Santa Bárbara, funcionaba con multigrados, a cargo de una mentora.
Todo alumno que se matriculaba, llegaba hasta el tercer grado.
Entre los tres grados, la matrícula llegaba a treinta alumnos; los educandos, después de haber aprendido a leer y lo más importante de las asignaturas, nunca pasaban al grado siguiente.
Cuando un nuevo maestro llegó de director, los exalumnos, que en años anteriores habían aprobado hasta el cuarto grado, Paulita Clavel y Carmen Díaz, se presentaron a la escuela una mañana pidiendo ser matriculadas en el quinto grado. Ellos contaban con la edad de 20 y 18 años, respectivamente.
El director leyó el antiguo reglamento si aun podrían ingresar al siguiente grado inmediato, toda vez que se sometieran a la disciplina escolar.
Ambas jóvenes fueron aceptadas y registrados sus nombres en el libro de matrícula.
Las dos jóvenes aprobaron los dos años que les faltaban para concluir su primaria.
Ellas continuaron sus estudios de magisterio y obtuvieron, cada uno, una plaza en escuelas de Santa Bárbara.
La profesora Paulita empezó a laborar en la Escuela Francisco Morazán, de Trascerros, Nueva Frontera, donde estrenó su carrera con el primer grado.
Desde el principio, dio muestras de ser una excelente y abnegada educadora, sus alumnos aprendían a leer y escribir en cuatro meses.
Cuando llegaban educandos con problemas de dislexia o eran sordomudos, los atendía con paciencia, y tales alumnos aprendían a escribir.
La profesora Paulita, como la llamábamos, era disciplinada en el trabajo, ordenada y excelente compañera, sus alumnos la querían y los padres de familia siempre la solicitaban para que atendiera el primer grado.
Paulita laboró por más de 30 años.
La diabetes y la insuficiencia renal la agobiaron por muchos años, y su vida se apagó el pasado 11 de junio del 2021.